Manos sucias
El gran problema de hoy no es cómo, sino a quién le das la mano
Cuando un día comenté con un amigo que al darnos la mano atrapamos más partículas de materia oscura que estrellas hay en todas las galaxias, el amigo me preguntó: “¿Qué pasa, que has estado últimamente en el dentista?”. Se supone que estas curiosidades científicas las lee uno en alguna revista manoseada mientras espera a que le quiten una caries. No solo atrapamos infinitas partículas elementales al darnos la mano, también nos hacemos al mismo tiempo con todas las miasmas impuras que impregnan el aire. El médico húngaro Ignaz Semmelweis, en el siglo XIX, descubrió que la fiebre del parto que generaba una gran mortandad en las mujeres podía evitarse con solo lavarse las manos. Como no lo pudo demostrar, Semmelweis fue ingresado en un manicomio, donde murió a las dos semanas por una paliza de sus guardianes. Solo cuando mucho después Louis Pasteur confirmó la teoría de los gérmenes se convirtió la higiene en una parte fundamental de la sanidad. Pero lavarse las manos es también una actitud moral, no solo una cuestión higiénica. Pilatos preguntó al Nazareno qué era la verdad y con cínico desdén, sin esperar la respuesta, pidió una palangana para lavarse las manos. Era la forma de no comprometerse. A la hora de dar la mano, unos te ofrecen solo la mitad con los dedos blandos, otros te la estrujan y tiran de ella como si quisieran guardársela en el bolsillo, pero el gran problema de hoy no es cómo, sino a quién le das la mano. Te presentan a un desconocido en una boda y con el tiempo descubres que le habías dado la mano a un asesino, a un ladrón o a un político corrupto. En el apretón de manos con que los políticos cierran un pacto secreto también atrapan una porción de materia oscura, que en este caso nada tiene que ver con la física cuántica. Más bien se trata de un intercambio de miasmas que en las manos sucias forman un nudo muy oscuro.
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