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Columna
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El diablo viste de demócrata

Lo mejor de la democracia son las elecciones y lo peor, el electoralismo

Víctor Lapuente
El secretario general de Cs, José Manuel Villegas, este martes en la sede del partido, en Madrid.
El secretario general de Cs, José Manuel Villegas, este martes en la sede del partido, en Madrid. Chema Moya (EFE)

Lo mejor de la democracia son las elecciones y lo peor, el electoralismo. Las urnas son necesarias para la prosperidad económica. Y para la salud. Por ejemplo, según la revista médica The Lancet, tener una buena democracia reduce en más de un 20% las muertes por enfermedades cardiovasculares en un país —un efecto mayor que el de la renta per cápita—.

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Pero, como todo, las elecciones deben administrarse con precaución, para no empacharnos. Y los españoles, enlazando comicios sin descanso, hemos estado sobrexpuestos a las radiaciones de las campañas. Los partidos políticos han vivido permanentemente con los guantes de boxeo puestos. En algún momento de estos alocados años olvidaron que, en un entorno multipartidista, lo excepcional son las peleas, y lo normal los acuerdos.

Y les está costando aterrizar en el mundo posterior al 26-M, un paisaje en el que, por primera vez en mucho tiempo, no hay elecciones en el horizonte. Es difícil, porque nuestros representantes llevan años cavando trincheras en las nubes. Pero de La Moncloa a Villabajo, la gobernabilidad de Administraciones en todos los niveles exige la ruptura de las dos grandes líneas rojas de nuestra política: por un lado, la que separa a izquierdas y derechas en toda España; y, por el otro, la que, en Cataluña, divide a constitucionalistas y soberanistas. Es matemáticamente imposible gobernar España sin que salten esas fronteras artificiales. Pero ¿cómo se rompen?

El primer paso es recuperar el lenguaje apropiado. La política terrenal requiere una semántica no sacralizada. Y en España ha imperado la terminología religiosa. Muchos se resisten a abandonarla. Como el portavoz de Ciudadanos, José Manuel Villegas, cuando pide a los barones socialistas que quieran pactar con ellos que “renieguen” del sanchismo como si fuera Satanás. O, en el otro extremo, de la escritora Empar Moliner que comenzaba su artículo en el diario Ara sobre la decisión de Valls de ofrecer sus votos gratis a Colau con un elocuente: “Hola, soy el diablo, ¿quieres pactar conmigo?”.

No llegaremos a ningún sitio distinguiendo a buenos de malos. Es la antítesis de la política, que es el arte de pasar del enfrentamiento categórico a la discusión constructiva. La democracia debería ser geometría —pactar con quien esté más cerca de ti en cada eje de discusión—, no teología. @VictorLapuente

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