Europa arcoíris
El mandato del electorado, si es que hay alguno, es precisamente ese: mejor muchos y bien repartidos
Resulta que en Europa no hay una mayoría pura de derechas. Tampoco de izquierdas. Las elecciones del pasado domingo dejaron como resultado lo que podría aparecer como una paradoja a quien esté acostumbrado a pensar en bloques ideológicos monolíticos, pero que en realidad es lo habitual en una democracia multipartidista: en el Parlamento Europeo, y por extensión en el continente, hay más de una mayoría posible.
Más de un 50% de los votos fueron a plataformas favorables a políticas económicas escoradas hacia la libertad de mercado. Lo mismo puede decirse del apoyo a las instituciones europeas y de proyectos pluralistas, que podemos cifrar entre un 60% y un 70%. Pero mientras hay partidos comunes a ambas mayorías (liberales y centroderecha conservador tradicional), quienes las completan no podrían estar más lejos entre sí. La derecha euroescéptica es necesaria para la suma de la plataforma económica libertaria, mientras la izquierda pro-Estado está en la base del espacio pluralista.
Estos dos extremos también (y quizás sobre todo) se distinguen en lo que respecta a preferencias culturales y sociales. Aquí, el nuevo Parlamento Europeo tiene aproximadamente una mitad progresista y otra mitad conservadora. La derecha tradicional se debería sentir más cerca de la nueva en este aspecto, como los liberales centristas de la izquierda.
El plan del populismo en Bruselas será el de disfrazar su evidente minoría en la cuestión institucional: revestir sus motivos euroescépticos y antipluralistas con la inmigración y el libre mercado para así tentar al centroderecha. La mejor manera de contrarrestar los cantos de sirena es la insistencia en la pluralidad de dimensiones que atraviesan la política europea. Aplicar una “política arcoíris”, con colores que se suman y se restan a la plataforma en función de cuál es el asunto que ocupa el debate en ese momento, con el centro como punto por el que, aritméticamente, deberán pasar todas las coaliciones.
Algunos temerán que los cambios de posición ahuyenten al votante. Pero en realidad la ciudadanía no ha votado en clave monolítica, ni tampoco priorizando una sola dimensión del debate sobre las demás. En Europa, el poder nunca había estado tan distribuido. Al menos, nunca tantas manos tan distintas lo habían detentado. El mandato del electorado, si es que hay alguno, es precisamente ese: mejor muchos y bien repartidos.
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