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Columna
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Silencio

Hoy, nuevamente, es jornada preelectoral y en teoría la palabrería política tendría que darnos una tregua

Julio Llamazares
Acto de ingreso del dramaturgo Juan Mayorga como academico de la Real Academia Española (RAE).
Acto de ingreso del dramaturgo Juan Mayorga como academico de la Real Academia Española (RAE).Jaime Villanueva (EL PAÍS)

Que un autor llegue al olimpo de la Academia —el sueño principal de muchos— y su discurso de ingreso lo dedique, en lugar de a las palabras, al silencio da mucho que pensar. Sucedió el domingo pasado en la Real Academia Española y el protagonista fue Juan Mayorga, un dramaturgo de fértil y exitosa trayectoria elegido para representar a los de su gremio, desaparecido el gran Paco Nieva.

Al día siguiente, algunos periódicos se hacían eco de la singularidad que supone que un escritor, cuya materia de trabajo son las palabras, dedicase su reflexión al silencio en un país que además se caracteriza por la palabrería y el ruido, da igual que sea en las calles que en el Parlamento. A los dos días se celebró justamente en este la constitución solemne de una legislatura nueva y el escándalo fue tan mayúsculo que todavía hoy suenan los ecos del griterío de los diputados. Prueba evidente de que el discurso de Juan Mayorga en la vecina Academia nadie lo escuchó y, si lo hizo, lo tomó como una boutade de un autor dirigida seguramente a llamar la atención del público.

En su discurso, el nuevo académico, al que protocolariamente dio la réplica una poeta cuyos poemas le deben tanto al silencio como al lenguaje, recorrió en apoyo de su defensa del silencio como elemento sustancial del texto algunas de las obras clásicas que, a su entender, avalarían aquella. Desde Antígona hasta La casa de Bernarda Alba de Lorca, desde Hamlet hasta La gaviota de Chéjov o hasta la obra cumbre de Samuel Beckett, la desoladoramente vacía y silenciosa Esperando a Godot, el silencio ha acompañado al teatro a través de la historia al igual que al hombre, cuya naturaleza se nutre de él tanto como de la comunicación. Dice más un silencio que cien palabras en muchas ocasiones y, cuando todo acaba, es lo que queda en el universo. Lo dijo Hamlet y lo recordó Juan Mayorga oportunamente para terminar su brillante presentación en la Real Academia: el resto es silencio.

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Antes, no obstante, había dicho también que en el teatro, como en la vida, el silencio permite escuchar el paso del tiempo, algo que por excepcional a más de uno le sorprenderá. En el griterío común, ese que lo llena todo, da igual que sea virtual o audible, “la sombra y la ceniza de las palabras”, como definió Mayorga el silencio, apenas son perceptibles salvo por quienes se empeñan en hacerlo contra toda circunstancia ambiente. Pese a la cantidad de sentencias célebres que bendicen el silencio como la piedra filosofal de la sabiduría y la autoridad, del prestigio e interés de las personas, lo cierto es que en la realidad no es que brille por su ausencia, es que podría considerársele en extinción, como a algunos animales de la tierra, especialmente en países en los que, como en España, se considera al que calla un raro, y los momentos de silencio colectivo, tiempo muerto, ese que hay que llenar con palabras o con ruido cuanto antes.

Hoy, nuevamente (y van ya no sé cuántas), es jornada preelectoral y en teoría la palabrería política tendría que darnos una tregua, si no ya de silencio, sí al menos de cierta calma en los medios y en los establecimientos públicos del país. Pero que nadie espere que eso suceda. A la palabrería política le sustituirá otra diferente, pero el griterío y el ruido continuarán con nosotros como en esos trenes en los que la gente habla aunque no tenga nada que decir. Y así seguiremos hasta que, como dijo Hamlet, el silencio sea lo único que quede en el universo, cuando ya no podamos disfrutar de él.

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