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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

No a los escraches

A los líderes que participan en campaña se les puede exigir que escuchen y propongan soluciones, pero nunca convertirlos en chivos expiatorios

Begoña Villacís, Albert Rivera e Ignacio Aguado visitan la pradera de San Isidro en Madrid este miércoles.
Begoña Villacís, Albert Rivera e Ignacio Aguado visitan la pradera de San Isidro en Madrid este miércoles.Jesús Hellín (Europa Press)

Miembros de la Plataforma Antidesahucios se han hecho presentes en la campaña para las elecciones municipales hostigando a los candidatos a la alcaldía de Madrid por el Partido Popular, José Luis Martínez-Almeida, y por Ciudadanos, Begoña Villacís. Villacís, en avanzado estado de gestación, fue especialmente molestada. También la actual regidora del Ayuntamiento, Manuela Carmena, ha sufrido el acoso de los activistas antidesahucios. Los participantes en las protestas forman parte de una escisión de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, que se ha desvinculado de los hechos.

Ninguna reivindicación justifica una forma de protesta como la llevada a cabo contra Martínez-Almeida, Villacís y Carmena, particularmente cuando el momento elegido es el periodo de campaña electoral. De los líderes que participan en ella se puede exigir que escuchen y propongan soluciones para los problemas de los ciudadanos, pero nunca convertirlos en chivos expiatorios. Si los activistas antidesahucios consideran que ningún candidato da respuesta suficiente a la pérdida de la vivienda, la campaña electoral es una oportunidad idónea para denunciarlo, no una excusa para buscar publicidad por cualquier medio. La confusión entre un extremo y otro no puede ser banalizada, sino objeto de la más enérgica condena.

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Al considerar que el drama al que se proponen dar voz autoriza recurrir al acoso contra los futuros representantes municipales, los activistas antidesahucios ponen en cuarentena la creciente conciencia social que se ha ido creando ante una de las secuelas más graves del estallido de la burbuja inmobiliaria y de la crisis financiera que acarreó. De todas las desigualdades que han dejado atrás los años más sombríos de la recesión, pocas merecen más atención que el riesgo de perder el hogar que amenaza a las familias más desfavorecidas. Pero en ningún caso a costa de tomar la libertad de expresión por un derecho a hostigar y humillar a quienes reclaman el voto para conjurarlo.

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