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Columna
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En transición

Lo que le ha tocado a Sánchez es liderar la mutación del régimen del 78, en crisis desde 2014

Josep Ramoneda
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en Puente de Vallecas, el pasado 13 de mayo.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en Puente de Vallecas, el pasado 13 de mayo. Victor J Blanco (GTRES)

Los sondeos posteriores confirman lo que ya se deducía de los resultados electorales: los ciudadanos apuestan por un Gobierno de Pedro Sánchez escorado a la izquierda que sea capaz de devolver al primer plano la agenda del bienestar (dónde se sitúan las principales preocupaciones de los españoles) y de encontrar una salida política que encauce la cuestión catalana que, un año y medio después del choque de otoño de 2017, ha perdido virulencia e inevitablemente acabará entrando en otra etapa. La derecha creyó que en la guerra de banderas tenía su salvación: lo ha pagado caro. Atrapada en su intransigencia, deja ahora espacio a Sánchez para consolidar su hegemonía. Aunque le costará construir una mayoría estable para afrontar lo que viene por delante.

Parece evidente que toca formar un Gobierno de corte socialdemócrata, con Podemos como primer socio. Y, al mismo tiempo, en Cataluña pasar del proceso al posproceso (que, como indica el concepto, significa mutación que no tabula rasa como pretenden los que han hecho de las medidas de excepción su modo de estar en política). Pero esto sólo es una fase preparatoria de algo mucho más complejo. Y que el país no puede dilatar indefinidamente, porque ya se lleva un lustro de retraso: la reforma del régimen.

Todas las señales conducen al mismo sitio: manda la oposición derecha/izquierda como eje del debate democrático, por mucho que algunos lleven décadas dándola por amortizada en nombre de este lugar llamado centro, que sólo quiere decir status quo. Y en la fase de transición del bipartidismo al multipartidismo, esto significa lucha a muerte en la derecha por la hegemonía. Pero también la lucha dentro de los bloques que intentaron construir una mayoría sobre otras bases ideológicas, como ocurre en el independentismo, hoy entretenido prioritariamente en la pelea entre los herederos del nacionalismo conservador y Esquerra Republicana. El caso Iceta es un ejemplo de este cruce de estrategias en el tablero. Sánchez, demasiado confiado, dio un paso sin prepararlo. Y la lucha entre Junts pel Cat y Esquerra para demostrar quién es más genuinamente independentista pretende arruinarlo. La maduración de los nuevos escenarios será lenta. Y especialmente en el caso catalán, mientras la situación de los presos siga pendiente.

Pero la aparente simplicidad de este relato, no puede ocultar que, en el trasfondo de la coyuntura, hay algo de mucho mayor calado. Lo que le ha tocado a Sánchez es liderar la mutación del régimen del 78, en crisis desde 2014, cómo nos han recordado las notas de nostalgia y melancolía que han acompañado la despedida de Alfredo Pérez Rubalcaba. Y esto requiere muchas complicidades en las instituciones del Estado y en los poderes varios de la sociedad que hoy no son evidentes. Y que pueden seguir alimentando los frentes de tensión ya existentes. 

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