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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El apocalipsis fallido del salario mínimo

Una confluencia misteriosa de los astros (y de los dineros) convierte a los 'think tanks' públicos y privados en santos protectores de la moderación salarial o de la continencia o de la continencia tributaria

Jesús Mota
José Luis Escrivá, presidente de AIREF
José Luis Escrivá, presidente de AIREFEFE

Un manto de espeso silencio ha cubierto una información relevante extraída de las estadísticas laborales de los cuatro primeros meses del año. A pesar de las dolientes advertencias de institutos de opinión y de servicios de estudios de elevado linaje sobre los perniciosos efectos de la subida del salario mínimo interprofesional (SMI) sobre el empleo, (¡hasta 125.000 puestos de trabajo iban a perderse, según los creyentes del trabajo como un mercado más!), proferidas con animus intimidatorio, resulta que los augurios no se han cumplido y los profetas de la catástrofe han tenido que retirarse por el foro. El veredicto de la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (Airef) es terminante: “Los datos disponibles no permiten apreciar ningún impacto negativo a corto plazo de la subida del SMI”. A largo, ya se verá.

Una confluencia misteriosa de los astros (y de los dineros) convierte a los think tanks públicos y privados en cruzados de las reformas estructurales y en santos protectores de la moderación salarial o de la continencia tributaria. Tal cual y nada más. La sharia reformista jamás ha mencionado las graves deficiencias de competencia en los mercados básicos de la economía española, los oligopolios que modulan los precios a voluntad, la intervención de hipermercados (verdaderos grumos de poder) para reducir los precios de compra a los agricultores y elevar los que paga el consumidor o los daños devastadores que causa la evasión fiscal. Los reformaestructuralistas solo graznan cuando suben los salarios o aumentan los impuestos. Que la economía española opere en un régimen de extendidas anomalías legales y competitivas les parece irrelevante.

Buena parte de este sesgo —aunque no todo— hay que imputarlo a la presunción de que la economía es una ciencia que facilita respuestas unívocas para todos los asuntos que le conciernen. Respuestas tales como que “si sube el salario mínimo se crearán menos empleos”. Pero, claro, hay muchas economías. Una de ellas sostiene que el empresario decide invertir en función de las expectativas de demanda y de la rentabilidad marginal del capital (Keynes). O, dicho con palabras de Kenneth Boulding, “el análisis económico no puede elaborar un modelo claro e inequívoco en virtud del cual las políticas puedan ser juzgadas económicamente deseables”.

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