Diminutiva
Si existe una “derechita cobarde” significa que hay otra capaz de todo
Al comenzar a escribir esta columna no sabía si titularla Pulgarcita, Morfológica o Chiquitita en homenaje a aquellos maravillosos años de ABBA, grupo musical con museo en Estocolmo. Después, me acordé de que, cuando era jovencita —diminutivo que expresa tamaño y nostalgia—, comencé a ganarme la vida como profesorcita —diminutivo de autocrítica despectiva— de español como lengua extranjerita —diminutivo absurdo—. Yo he hecho por el Imperio más que quienes lo invocan nostálgicamente por la mera circunstancia de lucir pomposos apellidos compuestos que a veces incluyen palabras del inglés. O apellidos confesionales. Me gustaba impartir la lección sobre el diminutivo que, como ustedes sabrán, cuenta entre otros valores con el de la expresión de tamaño, afecto o el uso despectivo. La palabra perrito tiene matices diferentes en “¡mira, un perrito pequinés!”, “mi perrito es el más guapo” o “ese perrito no me gusta un pelo”. A lo mejor el perrito al que se alude es el mismo, pero el diminutivo —como las metáforas o la confusión intencionada entre género biológico y gramatical— explica y define la realidad de modos diversos. Por esa razón, me quedo impresionada cuando, desde uno de los partidos de la ultraderecha española, se habla de “veletitas naranjas” o “derechita cobarde”. Entre ellos se ridiculizan, se desprecian con suavidad, miden sus magnitudes hoy un poco mermadas y, en el fondo, se quieren e interpelan afectuosamente. Para la izquierda no hay diminutivos. La izquierda es dictadura y adoctrinamiento progre. El insulto de taberna y con mayúsculas. Las madres de izquierdas arrojan a su prole a los contenedores de basura.
La existencia de una “derechita cobarde” implica que, al otro lado del espejo, en el lado no deformante, recto y temible, en el lado que casi no nos atrevemos a someter a escarnio, habita una derechona valiente capaz de cualquier cosa: pedir los nombres de las personas empleadas en las unidades contra la violencia de género, identificar delincuencia e inmigración, defender los grandes patrimonios, profundizar en las diferencias de clase, conceder rebajas fiscales a las capas más privilegiadas de la sociedad, jalear un tradicionalismo alcanforado, abogar por la derogación de la Ley de Memoria Democrática, dinamitar las posibilidades de diálogo territorial, cuestionar la libertad sexual y reproductiva de las mujeres, convertir a los homosexuales y lesbianas en ciudadanía de segunda, promover un modelo único de familia, meter miedo, subrayar el discurso del odio, apelar a las pasiones más bajas, resucitar fantasmas, contar mentiras tralará, pedir la eliminación de sindicatos y subvenciones a ONG y asociaciones ideológicas —todo es ideológico menos su propia ideología: la caza es simplemente caza, Dios es Dios, pero el feminismo es un retorcimiento ideológico—, dar un giro confesional a la enseñanza a través de una supuesta libertad de elección, adoctrinar en una moral y un pensamiento únicos diciendo que se hace lo contrario, crear necesidades espurias en un país donde los adolescentes no entran en los institutos pegando tiros ni nadie saca la pipa en las reuniones de comunidad. Lo más perturbador es que la “derechita cobarde” no pondría peros a muchas de estas medidas y pacta con la derechona valiente fingiendo taparse la nariz. Lo más perturbador es que la recreación de un lenguaje de propaganda política, con guiños humorísticos, casi consigue hacer simpático el retorno de la momia. En este país —yo soy españolísima— nos gustan mucho la campechanía y los futbolistas chistosos. Disculpen las gracietas, adiosito y a seguir bien.
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