La incertidumbre es la única certeza
Hay una desconfianza en el futuro: la conciencia de una crisis demográfica, de transformaciones económicas, de la debilidad de un modelo bienestarista
El ensayista Ivan Krastev ha escrito que las elecciones europeas no van a ser una lucha entre nacionalistas y cosmopolitas, sino un caos completo. El gran combate tribal es una buena historia: necesitamos héroes y villanos. Para el autor de After Europe, el relato de la polarización funciona en determinados países, como Polonia, pero no en otros. En algunos países los partidos tradicionales resisten el desgaste; en otros el paisaje ha cambiado por completo. Tras años de monserga por la crisis de la socialdemocracia, nos preocupa la fragilidad de la democracia cristiana: después de la nueva derecha, decía John Gray, viene la vieja derecha: intolerante, reaccionaria, xenófoba. En algunos países vemos la brecha entre un modelo abierto y un modelo cerrado; en otros opera la divisoria izquierda/derecha. Este eje se ha reforzado en España, donde la coincidencia con autonómicas y municipales va a ser importante, y donde el PSOE y Ciudadanos han puesto de cabezas de lista a dos de sus personas más brillantes, Josep Borrell y Luis Garicano, mientras que el PP apartó a Esteban González Pons, primando los apaños internos sobre la experiencia y la capacidad de influir en Europa. Puigdemont y otros prófugos intentan aprovechar las elecciones para hacer propaganda de un movimiento reducido a delirio narcisista y trilerismo; evidentemente, no les importa que su causa represente los valores contrarios a los que impulsaron la Unión.
Poco antes de morir, Jorge Semprún lamentaba el estancamiento del proyecto europeo, y recordaba una frase de Husserl: “El mayor peligro de Europa es el cansancio”. Ahora, más que el cansancio, podemos temer una combinación de miedo y nostalgia. Hay una desconfianza en el futuro: la conciencia de una crisis demográfica, de transformaciones económicas, de la debilidad de un modelo bienestarista. La única certeza es la incertidumbre. Nuestros miedos favoritos influyen en el objeto de nuestra nostalgia: puede ser una homogeneidad social o la soberanía, una cultura del consenso o un impulso a políticas de protección social. Como recuerda Simon Kuper, la nostalgia suele estar fuera de lugar: a veces, añoramos algo que nunca existió; en ocasiones, menospreciamos la satisfacción actual. “La paradoja de los europeos”, escribe Krastev, “es que les une la creencia de que el mundo era mejor antes, pero no están de acuerdo en cuál era la edad dorada”. O, por decirlo con el inmortal aforismo del actor Jorge Sanz: “Estoy enamorado, pero no sé de quién”.@gascondaniel
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