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Tribuna
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Más Europa

Hoy ni España ni cualquier otro gran país europeo puede encarar por sí solo los retos económicos, sociales y políticos del mundo globalizado

Imagen del peno de la Eurocámara en Estrasburgo.
Imagen del peno de la Eurocámara en Estrasburgo.PATRICK SEEGER (EFE)

Este año la conmemoración del Día de Europa coincide con la víspera de las elecciones al Parlamento Europeo que tendrán lugar en pocas semanas. Como cada 9 de mayo, recordamos cuán importante fue para la libertad de los ciudadanos europeos la firma del Tratado de Roma que alumbró la Comunidad Económica Europea en el año 1957.

Se sentaban entonces las bases para la construcción de una Europa unida basada en un modelo que nacería tras siglos de evolución, después de superar los episodios más oscuros de la historia moderna tras recuperar los mayores niveles de desarrollo jamás vividos hasta entonces. Un proyecto común que aspiraba a convertir los éxitos económicos en oportunidades y en hacer de la igualdad el eje vertebrador del mismo. Bajo esta premisa, floreció una Europa de la mano de la socialdemocracia y el socialcristianismo, con personalidades del nivel de Adenauer, Monnet, Schumann, de Gasperi, Spaak, Delors, Kohl, Brandt, Schmidt, que edificaron una estructura sólida que hasta hoy pervive y que ofrece la esperanza que toda civilización anhela.

Las nuevas elecciones al Parlamento comunitario —que en España coinciden con las municipales y las autonómicas en la mayoría de comunidades—, adquirirán una notable incidencia sobre el rumbo que tome Europa en los próximos años en el terreno de las políticas concretas y en su capacidad de liderazgo, en la defensa universal de los derechos humanos, las libertades y el progreso.

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El debate sobre la Unión Europea viene condicionado por acontecimientos inimaginables en el momento de su creación

El debate sobre la Unión Europea viene condicionado por acontecimientos inimaginables en el momento de su creación: el fenómeno del Brexit o el crecimiento de diversos populismos, el ascenso de la extrema derecha o las dudas sobre el crecimiento económico, se enfrenta a un debate sobre sí misma que solo Europa puede resolver. Si bien, muchos ciudadanos, según recogía la encuesta de Eurostat en octubre, son críticos con el rumbo de la Unión Europea, a la vez creen que su país se ha beneficiado de pertenecer a la misma. El refuerzo y la convergencia de las economías nacionales, así como la unión monetaria ha sido esencial para superar el peor periodo económico de las últimas décadas y funcionar como bálsamo a las heridas causadas por la crisis.

Probablemente tenga razón el pensador Jürgen Habermas cuando afirma que “el desarrollo de la conciencia europea es más lento que el avance de la realidad concreta”, por ello tenemos el deber de promover el conocimiento del papel de las instituciones y políticas europeas porque de ellas depende el progreso de la vida colectiva. Sirva de ejemplo el rol que desempeña el Fondo Social Europeo en la lucha contra el desempleo, a favor de la integración de los jóvenes o de la competitividad de las empresas de economía social.

Hoy ni España ni cualquier otro gran país europeo puede encarar por sí solo los retos económicos, sociales y políticos del mundo globalizado. Difícilmente podría tener un posicionamiento sólido ante China, Estados Unidos o Rusia y tampoco frente al poder de las corporaciones transnacionales que intentan eludir el control de los Estados. Unos y otros preferirían una Europa débil y fragmentada.

Debe haber un gran esfuerzo en el campo de la cohesión social y la igualdad de oportunidades

La Unión Europea sí puede afrontar con solvencia no solo la política económica y monetaria, y en consecuencia el empleo y el bienestar, sino también, la lucha contra el terrorismo, la defensa y protección de fronteras, la actuación contra el fraude fiscal, la política migratoria, la protección del medioambiente o la independencia judicial con un TEDH cada vez más fuerte. Los retos a los que Europa se enfrenta son diversos y de mucho calado. Uno de ellos es la transformación tecnológica y digital, la revolución industrial 4.0 que introduce grandes innovaciones, pero también incertidumbres en torno al empleo, la protección social y el futuro del trabajo. Debe haber un gran esfuerzo en el campo de la cohesión social y la igualdad de oportunidades.

Otro reto fundamental e inaplazable y que nos conmina desde las Naciones Unidas, a través de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, es combatir el cambio climático, lo que exigirá adoptar medidas por parte de los poderes públicos. El nuevo Parlamento lo deberá tomar en cuenta, aunque ello signifique introducir políticas urbanas y de movilidad que pueden resultar controvertidas; pues como bien aseveró la Alta Comisionada para la Agenda 2030, Cristina Gallach: “No tenemos un segundo planeta para las próximas generaciones”.

Existen otros desafíos ante los que no podemos permanecer impasibles como la inmigración y las políticas de asilo. Nuestro continente debe asumir una estrategia al respecto que permita combinar la defensa de sus valores con lo que decía el canciller Helmut Kohl: “Europa no puede ser una fortaleza que nos blinde de los demás, debe ser una Europa abierta”. Abierta, en efecto, y tolerante, justa, fraterna y solidaria en todos los sentidos.

Tengo el convencimiento de que la respuesta a los retos planteados pasa por más Europa, por más políticas comunes en favor de la igualdad, la inclusión y la cultura compartida; por más democracia y por un respeto escrupuloso al Estado de derecho como base de nuestra convivencia común. Solo así veremos progresar la humanidad.

Maria Eugènia Gay es decana del Colegio de la Abogacía de Barcelona. 

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