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Tribuna
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Silencio y libertad

La historia de Jorge Semprún como militante del PCE evoca la de aquellos que se juegan la vida por sus ideales

Jorge Semprún, fotografiado en 2002.
Jorge Semprún, fotografiado en 2002.Uly Martín

El año 1977 Jorge Semprún presentó Autobiografía de Federico Sánchez al Premio Planeta de novela y lo ganó. He vuelto a tener el libro entre mis manos y desde el primer momento el asombro no me ha abandonado. Según se anunciaba en la portada, la primera edición era de 110.000 ejemplares. Después he sabido que, en sucesivas ediciones, la cifra, por lo menos, dobló. Concluida su lectura ahora, parece imposible.

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La historia de Semprún, Federico Sánchez de “nombre de guerra”, como militante del Partido Comunista de España, no es una historia cualquiera. Transcurre desde mediados de los años cincuenta hasta abril de 1964, con algunas incursiones al pasado y otras al tiempo de escribir. Eran los años en los que fue miembro de la dirección del partido y ejerció sus funciones de manera prioritaria en el interior del país. Narra situaciones tan apasionantes como la vida en la clandestinidad y el pulso con el aparato represivo del franquismo, simbolizado por el comisario Conesa, aunque pone especial énfasis en cuestiones de interés mucho más restringido. En efecto, el autor desmenuza las características del comité ejecutivo del PCE: sus políticas, sus decisiones, sus debates, las grandezas y miserias de sus integrantes, con el trasfondo del estalinismo y el posestalinismo internacionales.

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El libro empieza cuando Pasionaria va a tomar la palabra para leer la cuartilla donde puede haber escrito la sentencia de expulsión del partido para dos de sus dirigentes, Fernando Claudín y el propio Semprún, y termina en el momento de leerla y revelar su contenido. Entre estos dos momentos, empleando una espléndida técnica literaria, Semprún cuenta su historia sin perder la ocasión de recrearse en un implacable ajuste de cuentas con Santiago Carrillo, a quien considera principal responsable de aquel desenlace.

Me impresiona que un libro de estas características suscitara el interés de tantos lectores, teniendo en cuenta, además, como el autor va recordando, que no se trata de una novela, sino de un relato verídico. El tiempo, este tigre que, como escribió Borges en singular, somos y nos devora, haría harto improbable ahora el éxito editorial de la autobiografía de Federico Sánchez. No obstante, algunas de las verdades que contiene son imperecederas y urge rescatarlas del olvido.

Al saber de la detención de Sánchez Montero en 1959, Semprún y Romero Marín optaron por contravenir la norma e ir a dormir en sus casas

En la cúspide de la organización del partido que actuaba en Madrid, tres camaradas sabían en qué domicilio dormía cada uno de ellos: Semprún, Romero Marín y Sánchez Montero. Las normas de la clandestinidad imponían que, cuando se producía una caída, los compañeros que seguían en libertad habían de abandonar de inmediato los domicilios conocidos por los detenidos que, indefectiblemente, serían sometidos a torturas. Al saber de la detención de Simón Sánchez Montero al atardecer del día 17 de junio de 1959, Semprún y Romero Marín optaron por contravenir la norma y regresar a dormir en sus casas. ¿Por qué lo hicieron? “Para estar juntos esta noche de junio”, escribe Semprún, y aclara: “Esta noche en que ha desaparecido Simón Sánchez Montero, habías pensado que, de encontrarte tú mismo en la Dirección General de Seguridad, tu resistencia, tu capacidad de silencio se habrían multiplicado si hubieses tenido la certeza que los camaradas contaban con tu silencio, que lo daban por descontado”.

Poco antes, nos ha dado a conocer lo que ocurre al saber que tus compañeros se han mantenido en silencio, no te han entregado, y que, por tanto, sigues libre: “Vuelves a reflexionar en lo que es la libertad. Bueno, tu libertad en estas circunstancias concretas. Tu libertad es el silencio de los camaradas detenidos”. Y concluye: “Tu libertad depende de los demás. Los otros son tu libertad, lo sabes muy bien. Nunca lo olvidarás”.

Entre los múltiples exponentes posibles del binomio silencio y libertad sería difícil hallar otro que lo hiciera en más alto grado de expresión. La historia es ejemplar, y quien la cuenta, un maestro. Desde aquella noche de fe terrible y heroica entre compañeros las circunstancias han cambiado mucho, pero menos de lo que cabía esperar o de lo que merecían esperar aquellos hombres y mujeres cuyos ideales los llevaban a jugarse la vida. Ya no se mata atrozmente, pero aún puede mantenerse a un inocente días y días en “prisión preventiva”, por ejemplo. Todos sabemos que la lista de anomalías democráticas podría ser muy larga y que demasiado a menudo el silencio deja la página en blanco. Resulta asombroso, con todo lo vivido, que esto no sea lo peor. Lo peor es que lo anómalo sea premiado y coreado.

Lluís Boada es doctor en Ciencias Económicas y en Humanidades y autor de La senectud del capitalismo.

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