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Columna
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Lo que ya nos hemos tragado

Se ha pretendido resumir esta campaña en los dos debates televisados, pero no han pasado de ser hitos informativos sin intercambio de argumentos

Cristina Monge
Carteles electorales de PSOE, PP, Unidas Podemos, Ciudadanos y VOX en la plaza del Caño de la población madrileña de Torrelodones.
Carteles electorales de PSOE, PP, Unidas Podemos, Ciudadanos y VOX en la plaza del Caño de la población madrileña de Torrelodones. ULY MARTIN (EL PAÍS)

No sé si esta campaña inquieta más por lo que oculta o por lo que muestra. Terminados los debates ante las cámaras, parece necesario hacer balance de daños. Entre lo invisible, el voto oculto que puede recoger la extrema derecha es una incógnita capaz de hacer saltar por los aires cualquier pronóstico. Siendo esto motivo de desasosiego, no es el único ni el más preocupante. Asusta mucho más tomar perspectiva y ver lo que ya nos hemos tragado.

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Como si de reconocer una obviedad se tratara, hemos asumido que los programas electorales son reliquias que nadie lee y que sirven para poco más que hacer alguna comparativa en buscadores o páginas de periódicos. Tuvimos que esperar hasta días después de iniciada la campaña para conocer las propuestas de cada partido. Cuando se publicaron, comprobamos que se habían elaborado desde la certeza de que tan solo la prensa especializada las consultará. Del histórico “programa, programa, programa” de Anguita, a los “contratos con la ciudadanía”, pasando por atractivos catálogos de menaje para resaltar la importancia de estos documentos, hemos llegado a considerarlos un factor de segundo nivel sin que nadie se haya inmutado. Se asume que su contenido es, cuando menos, secundario.

¿Qué es, entonces, lo prioritario? Se ha pretendido resumir esta campaña en los dos debates televisados, pero no han pasado de ser —con alguna salvedad— hitos informativos sin intercambio de argumentos, ni rastro de interacción o deliberación. Su formato, el desarrollo y la manera de abordarlos por los partidos fueron más propios de un espectáculo que de un debate.

En este contexto, ¿qué más dan la veracidad de los datos y argumentos? Ha sido interesante seguir estos días los detectores de mentiras, o medias verdades, puestos en marcha por los medios. Si desolador resulta ver el uso de argumentos y datos falsos o falseados, no tranquiliza más que tal fenómeno esté ya normalizado. La verdad no es prioritaria. Habrá incluso quien piense que está sobrevalorada. A este ritmo, pronto pasaremos de las fake news a las fake politics.

No sólo eso, sino que hemos dado por hecho también que muchos de los grandes desafíos, que de por sí son complejos, y habitualmente vemos como lejanos, quedan fuera de la campaña. El caso más llamativo, aunque no el único, es el del cambio climático. El mayor problema al que se enfrenta la humanidad no ha tenido ningún bloque en los debates —una mención de Pedro Sánchez en el primero y otra de Pablo Iglesias en el minuto de oro del segundo, para ser exactos— ni mayor atención por parte de los candidatos.

Cada día se discute más sobre cómo mueren y cómo se salvan las democracias. David Runciman nos advierte: “Cuanto más se da por asumida la democracia, más oportunidades hay de subvertirla sin tener que derrocarla”. Hay quien ya habla de “democracias zombis” formadas por “ciudadanos zombis”. No queremos que eso pase, ¿verdad?

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Sobre la firma

Cristina Monge
Imparte clases de sociología en la Universidad de Zaragoza e investiga los retos de la calidad de la democracia y la gobernanza para la transición ecológica. Analista política en EL PAÍS, es autora, entre otros, de 15M: Un movimiento político para democratizar la sociedad y co-editora de la colección “Más cultura política, más democracia”.

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