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EN LA CARRETERA
Columna
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Se acabó lo que se daba

Las fotos con tractores y de los guiños a un campo maltratado e ignorado quedaron atrás

Sergio del Molino
Manifestantes durante la protesta en Madrid contra la despoblación.
Manifestantes durante la protesta en Madrid contra la despoblación.ÁLVARO GARCÍA

No me las doy de augur y sufro una miopía gravísima que me hace ver (y muy mal) por un solo ojo, así que no solo me da risa cuando alguien me califica de visionario, sino que, cuando hablo del futuro, lo hago con el único propósito de equivocarme. Quien canta, su mal espanta, y yo canto mis temores con la esperanza de que mi miopía y casi ceguera los conviertan en profecías imposibles de cumplir. Ojalá esta columna se añada a mi lista de errores de percepción.

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Desde mucho antes de la manifestación del 31 de marzo en Madrid se venía diciendo que la España vacía sería uno de los ejes de la campaña electoral. No solo por esos famosos cien escaños de las provincias menos pobladas donde tanto Vox como Ciudadanos esperan pescar algunos sillones que engorden sus grupos parlamentarios, sino porque el asunto lleva tiempo en la agenda política y tanto el último gobierno de Rajoy como el de Sánchez le han dado prioridad. No creo que se trate de una moda: la realidad demográfica impone el debate con toda su crudeza. Lo queramos o no, nos vamos haciendo viejos y menguamos. Todos los países europeos van a padecer este mal tarde o temprano. Sin embargo, dicho todo esto, nunca he creído que la España vacía fuera un tema de campaña, sino de precampaña y, probablemente, de legislatura. En la campaña se habla de otras cosas.

En cuanto ha empezado la maquinaria electoral de verdad, concluidos los ejercicios de calentamiento, la España vacía ha sido relegada a los párrafos de relleno de los mítines. Alguna mención hizo Casado y algo ha dicho Rivera, pero los días de las fotos con tractores y de los guiños a un campo maltratado e ignorado quedaron atrás. Mi hipótesis sostiene que la España vacía es un tema demasiado amable para una campaña electoral. En la lucha por el voto, los candidatos necesitan tirarse cosas a la cara, no darse la razón, y si alguien sostiene que hay que salvar los pueblos de la España interior, aunque el adversario disienta de la forma en que hay que salvarlos, no va a disentir de la necesidad de su salvación.

Por eso el discurso se quedará para los cabezas de lista provinciales y las alusiones dirigidas más a la prensa local que a la nacional. Volverá a hablarse cuando se debatan leyes en el parlamento, pero será un asunto cada vez más marginal conforme se acerque el 28 de abril. Y casi diría que menos mal, porque el debate sobre la España vacía ya está lo bastante banalizado y no soportaría tantos decibelios. Aún no ha empezado a armarse la gresca de verdad y la discusión ya se ha centrado en el Falcon, así que pocas esperanzas quedan para un asunto con tan poco potencial para la bronca. Vienen dos semanas de brocha gorda y paladas en las que el ágora se va a convertir en una taberna legionaria.

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Sobre la firma

Sergio del Molino
Es autor de los ensayos La España vacía y Contra la España vacía. Ha ganado los premios Ojo Crítico y Tigre Juan por La hora violeta (2013) y el Espasa por Lugares fuera de sitio (2018). Entre sus novelas destacan Un tal González (2022), La piel (2020) o Lo que a nadie le importa (2014). Su último libro es Los alemanes (Premio Alfaguara 2024).

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