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Tribuna
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El patriarcado ‘extremoduro’ de las religiones

En todas las religiones se están desarrollando movimientos contestatarios, protagonizados por mujeres, contra las leyes, las prácticas, los discursos y los ritos machistas y homófobos

Juan José Tamayo
El papa Francisco en la Iglesia de San Giulio en Roma, el pasado 7 de abril.
El papa Francisco en la Iglesia de San Giulio en Roma, el pasado 7 de abril. Riccardo Antimiani (EFE)

El patriarcado es un sistema de dominación estructural y permanente contra las mujeres, las niñas, los niños y los sectores más vulnerables de la sociedad, basado en la masculinidad hegemónica, que se considera el fundamento del poder de los varones, de la sumisión de las mujeres, de la legitimación de la discriminación e incluso des. Utili la violencia de género. Considera al varón como referente de lo humano y de los valores moraleza el concepto “hombre” para referirse a los varones y a las mujeres y niega que dicho uso sea excluyente porque se entiende que es genérico.

El sistema de dominación patriarcal no actúa en solitario y aisladamente, sino que lo hace en complicidad y alianza con otros modelos de dominación: el capitalismo, el colonialismo, el racismo, el imperialismo, el fundamentalismo, la depredación de la naturaleza, la homofobia, la xenofobia y el racismo, que apoya, refuerza y genera múltiples formas de desigualdad y discriminación dando lugar a la interseccionalidad de género, etnia, cultura, clase, sexualidad, religión...

Como afirma le pensadora feminista Mary Daly: “Si Dios es varón, el varón es Dios”

La profesora Alicia Puleo distingue dos tipos de patriarcado: el duro o de coerción y el blando o de consentimiento. El primero parte de la idea o mejor de la ideología de que las mujeres son inferiores: las leyes defienden la desigualdad de género y el proceso de socialización establece diferentes roles en función del sexo. Este patriarcado está muy lejos de haber desaparecido. Sigue vivo y activo a todos los niveles, laboral, institucional, familiar, educativo, político, económico, etcétera. Un ejemplo de su pervivencia son las declaraciones de un eurodiputado polaco que llegó a afirmar en sede parlamentaria sin sonrojarse que las mujeres debían ganar menos que los hombres porque son más débiles y menos inteligentes.

El patriarcado de consentimiento defiende la igualdad entre hombres y mujeres que tiene su reflejo en las leyes y en la socialización, pero en la práctica las mujeres hacen lo mismo que en el patriarcado de coacción, si bien, se dice, libremente. Estamos ante lo que Ana de Miguel llama "el mito de la libre elección", porque continúan, entre otros asuntos, la desigualdad y la discriminación en la representación política, la distribución de los recursos económicos, los salarios, la conciliación y el reparto de las tareas domésticas.

Las religiones son hoy uno de los últimos, más resistentes e influyentes bastiones en el mantenimiento de un tercer tipo de patriarcado, que yo defino con el nombre de un grupo musical español de rock: extremoduro. Se trata de un sistema de dominación múltiplemente discriminatorio de las mujeres, las niñas y los niños, homófobo, basado en la masculinidad sagrada como fundamento de la inferioridad de las mujeres y de su dominio por parte de los hombres. Y ello por voluntad divina y conforme al orden natural. Como afirma le pensadora feminista Mary Daly: “Si Dios es varón, el varón es Dios”. El patriarcado religioso legitima, refuerza y prolonga el patriarcado social, político y económico.

Las religiones no suelen reconocer a las mujeres como sujetos religiosos, morales y teológicos, las reducen a objetos

Los dirigentes religiosos critican la teoría de género con descalificaciones gruesas. No la reconocen carácter científico y la llaman “ideología de género”. Incluso llegan a hablar de “las zarandajas de la ideología de género”. La califican de bomba atómica, que socava y destruye el orden natural y el orden divino de la creación. El cardenal Cañizares ha osado definirla como la ideología más perversa de la historia de la humanidad. A ella la hacen responsable incluso de la violencia contra las mujeres. Condenan los movimientos de emancipación de las mujeres y sus reivindicaciones. Se oponen a los derechos sexuales y reproductivos. Son contrarios a la educación afectivo-sexual en las escuelas. Quien mejor ejemplifica esta actitud es el Papa Francisco con su afirmación insultante: “Todo feminismo es un machismo con faldas”. Sobran comentarios.

Las religiones no suelen reconocer a las mujeres como sujetos religiosos, morales y teológicos, las reducen a objetos, colonizan sus cuerpos y sus mentes, ejercen todo tipo de violencia contra ellas: física, psicológica, religiosa, simbólica. Sin embargo, no pocas mujeres suelen ser las más fieles seguidoras de los preceptos religiosos, las mejores educadoras en las diferentes creencias religiosas y las que a veces mejor reproducen la estructura patriarcal de las religiones.

¿Puede darse todo por perdido el espacio religioso en la lucha contra el patriarcado? Creo que no. En todas las religiones se están desarrollando movimientos contestatarios, muchos de ellos protagonizados por mujeres, contra las leyes, las prácticas, los discursos y los ritos machistas y homófobos. De dichos movimientos está surgiendo un discurso igualitario, la teología feminista, que aplica las categorías de la teoría de género y la hermenéutica de la sospecha al discurso teológico y la convierte en aliada de los movimientos y discursos feministas.

Juan José Tamayo es director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones de la universidad Carlos III de Madrid, director y coautor de Religión, género y violencia (Dykinson, 2019).

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