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Las sombras en el camino de Malamine Soly

Un senegalés que llegó a España en cayuco recorre de vuelta las mismas ciudades por la que un día pasó y se enfrenta con otros ojos a la dureza de la emigración

Malamine Soly recorre los mismos lugares que atravesó cuando decidió emigrar hacia España
Malamine Soly recorre los mismos lugares que atravesó cuando decidió emigrar hacia EspañaGUIDO LANESE (ASOCiación DUNIA KATo)
José Naranjo
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Esta es la historia de un río de gente, de un tren sin pasajeros, de un edificio vacío y de un viaje de vuelta. Es el relato redondo de un niño que se hizo hombre, de las sombras del camino, de luces que no eran y del sueño de tocarlas. Al joven senegalés Malamine Soly le llevó más de dos años y unos cuantos intentos frustrados llegar a España. Tras la pelea de siempre, el miedo, la calle, los dichosos papeles, ahora es todo un emprendedor. Con la idea de recordar, quiso volver. Así que escogió los mismos senderos y recodos que un día transitó en dirección al norte para asomarse al asombro de que todo había cambiado. Sobre todo, él.

La historia de Soly comienza en 2004, cuando tenía 19 años. Nacido en Casamance, en el sur de Senegal, su padre se había mudado a Dakar para trabajar en un hotel y fue allí, en las afueras de la gran ciudad, donde el niño empezó a fraguar su sueño. Siempre quiso ser ingeniero, pero solo pudo llegar a Secundaria. ¿Y ahora qué?, se preguntaba. “Mucha gente del barrio regresaba de Europa y construía casas maravillosas. Quería ser como ellos. Me dije que ese era mi destino y me fui a Nuadibú”, recuerda. Seis meses pasó en el norte de Mauritania trabajando “en el pulpo” y juntando algo de dinero con la idea fija de Europa clavada en la mirada.

El primer intento fue por carretera, a través del Sahara Occidental. Pero la Gendarmería marroquí los detuvo y expulsó a esa franja de tierra de nadie fronteriza con Mauritania conocida como Kandahar. Un pequeño infierno de nada. Eran 18. “Fue horrible. Estuvimos dos días enteros vagando por aquel desierto”, explica. De vuelta en Nuadibú se le habían quitado las ganas. Por el momento. Regresó a Senegal, donde trató de encontrar alguna formación que le permitiera encontrar trabajo, pero nada. Por aquel entonces, muchos de sus amigos, los de su quinta, habían conseguido ya llegar a Europa. Soly se sentía frustrado.

“La emigración no es una decisión personal”, asegura mientras se toma un café con leche en una terraza de la Corniche Ouest de Dakar, “claro que al final eres tú quien viajas, pero te empuja una enorme presión de la familia, de la comunidad. Fue mi madre quien vendió sus vacas, me dio el dinero, fue mi cómplice. Para quien ha fracasado en su país, es una oportunidad, la respuesta al sueño de tener un trabajo, de ser alguien querido y respetado por los tuyos”. Habla un español fluido, acelerado, como si las palabras se pisaran unas a otras. Tanto que contar.

GUIDO LANESE (Asociación Dunia Kato)

Así que una vez que recuperó el aliento, volvió a echarse a la carretera. Corría el año 2006 y, por aquel entonces, un inmenso río de jóvenes senegaleses desembocaba en las playas de Canarias a bordo de precarios cayucos. “Volví a Nuadibú y me convertí en el ayudante de un chico que organizaba los combates con el mar, le hacía de traductor y de cocinero, así que al final me buscó plaza gratis en una embarcación de fibra”, comenta. El 25 de julio llegó a Gran Canaria tras cinco días de viaje entre el cansancio y el delirio. “Recuerdo que escuchaba las llamadas al rezo de la mezquita en medio del mar”, dice.

Bastaron 25 días de internamiento y un vuelo exprés a Madrid para que Soly diera oficialmente por comenzada su vida como sin papeles. Primero en Granada, donde se convirtió en mantero, y luego en Macael (Almería) donde encontró acomodo picando piedra y poniendo ladrillos. Dos años duró aquello. “En África existe una falsa imagen de Europa. No vemos a los pobres, a la gente que ocupa casas porque no tiene donde vivir, a los sin papeles, a los mendigos en las calles. Al revés también es falso. De África solo se muestra la pobreza, es la única imagen que llega. Esta distorsión es culpa de todos, de las ONG, de los medios de comunicación, de los gobiernos”.

La emigración no es una decisión personal. Eres tú quien viajas, pero te empuja una enorme presión de la familia

Cuando estalla la crisis, Soly se queda sin trabajo y decide marchar a Barcelona. Su primer empleo en la Ciudad Condal es como figurante. Con otros amigos sin papeles ensaya teatro experimental y llega a participar en una película sobre el barco Alakrana secuestrado en aguas del Índico. De marmolista a pirata de ficción. Hasta que en 2010 recibe una formación como cocinero en la Fundación Mezcladís, consigue sus papeles, hace sus primeras prácticas en el hotel Catalunya y cursa un máster sobre marketing y gestión de restauración. La vida le empieza a sonreír de nuevo. “Ahora puedo montar mi propio negocio, eso me lo ha dado Europa”, dice.

En la actualidad es gerente de un restaurante en el que trabajan personas en riesgo de exclusión social. Además, ha creado junto a un amigo argentino la asociación Dunia Kato con la que trabaja en proyectos de codesarrollo tanto en Sedhiou, su región natal, como en Yembeul, su pueblo de adopción. Hace unos meses decidió emprender el viaje de vuelta acompañado de su mujer y dos amigos. “Para mostrarles, para que sepan”, asegura. Luego surgió la idea de rodar un documental que sirva para “desmentir lo que la gente piensa sobre la emigración y para denunciar la política de visados que obliga a los jóvenes a jugarse la vida en el mar”, añade.

Desandar lo andado

Tras cruzar España en coche, su recorrido comienza en Tánger, donde se acerca a un bosque en el que permanecen decenas de jóvenes a la espera de cruzar el Estrecho, y Casablanca, ciudad en la que miles de africanos se dedican al comercio en las calles. “Muchos han pedido visados, pero se les deniega de manera sistemática. La emigración es positiva, pero si Europa les impide viajar de manera legal al final África va a perder su futuro en el mar. Entre los que están muriendo puede haber un gran presidente o un motor del cambio y nos lo vamos a perder”.

Tras pasar por Agadir, Soly entra en el Sahara Occidental y llega a Dajla, la ciudad donde permaneció 24 horas encerrado en 2004. “Me acordé de todo aquello, de la manera en que pierdes todos tus derechos. De repente estaba allí y ya no tenía miedo de la Policía”, explica. Sin embargo, lo más duro para este joven fue volver a cruzar la frontera con Mauritania. “Cuando estuve la primera vez lo que me salvó la vida fue el sonido del tren, nos servía para orientarnos. Llegué a aquella vía y me acordé de todo. Luego fue tan sencillo y tan rápido atravesar el control que no pude evitar pensar en toda esa gente que muere intentándolo”, explica.

En Nuadibú se acercó a la casa en la que pasó tanto tiempo a la espera de la oportunidad. “Fue el momento más triste. El edificio estaba vacío, los africanos ya no viven allí sino en otro que está al lado. Los encontré como abandonados, antes vivíamos con una alegría, con una esperanza, pero ahora están estancados y lo saben, ni siquiera les dejan trabajar en el pescado, sólo malviven y aguantan”, dice con amargura. Tras dos días en esa ciudad del norte mauritano, Soly continuó viaje por carretera a través de Nuakchot y Rosso hasta la capital senegalesa, donde se encontró con su padre.

Te sientes emigrante, te preguntan todo el tiempo cuándo vuelves a España, ya no eres de aquí

“Cuando estoy aquí me doy cuenta de que soy diferente. Hay cosas que antes no me molestaban y ahora sí. Veo toda esa basura y los niños que no van a la escuela. Creo que la gente no es exigente consigo misma, para cambiar algo en este país hay que empezar por ahí”, reflexiona para luego añadir que en el barrio ha perdido a sus amigos. “Ellos se encuentran acomplejados a mi lado y estás incómodo porque vas a saludar y el otro siempre espera algo. Te sientes emigrante, te preguntan todo el tiempo cuándo vuelves a España, ya no eres de aquí”.

Su relación con la familia y el dinero se ha vuelto compleja, llena de grises. “Somos el sacrificio de la casa, a los emigrantes nos toca pagar todo. Antes les mandaba mucho dinero, pero ahora he decidido limitarlo, tenía que acabar con eso porque si no, ellos no hacen ningún esfuerzo”, asegura. También se muestra muy crítico con los gobiernos africanos. “Tienen el 90% de responsabilidad de lo que está pasando. Los dirigentes del continente solo piensan en sus bolsillos, ¿los has oído alguna vez quejarse por la muerte de los emigrantes? Son cómplices”. La conversación termina y Soly se prepara para regresar a Barcelona. Aún anda buscando al chico que salió en 2004 sin nada en los bolsillos, pero no hay manera. Debe ser que ya no existe.

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Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

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