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Columna
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Memoria y verdad

La búsqueda de memoria puede ser un proceso en el que destruimos naciones e ideologías a cambio de construir verdad

Jorge Galindo
El presidente de México, Andres Manuel Lopez Obrador, el pasado 26 de marso en México DF.
El presidente de México, Andres Manuel Lopez Obrador, el pasado 26 de marso en México DF. PEDRO PARDO (AFP)

Durante treinta y siete años solo hubo una manera oficial de recordar el primero de abril en España: como el fin de una guerra. Después, cuando ya se pudo hablar públicamente de la fecha como la del comienzo de una dictadura, quien se atrevía a recordar en voz alta debía enfrentarse a un dilema entre el uso de la memoria y el riesgo de resucitar fantasmas del pasado. Con la consolidación de la democracia, ese peligro ha desaparecido. Algunos, sin embargo, siguieron advirtiendo de que recordar demasiado podría alentar las divisiones, la polarización. Por un lado, la memoria subvierte patrones establecidos, con lo que un cierto grado de conflicto es inevitable, incluso deseable. No hay recuerdo conjunto sin tensión. Por otro, es cierto que la cuerda puede romperse, pero solo si así lo decide quien de ella estira.

Cuando la memoria se emplea para ganar elecciones, una porción de la historia queda silenciada para servir a objetivos de parte. Es lo que intenta el actual Gobierno conservador en Colombia, filtrando las voces de los que no están de su parte en el proceso de paz con las FARC. También es lo que se adivina en la petición de disculpas de AMLO hacia España: el enardecimiento de un sentimiento nacional más que un cuestionamiento común del pasado colonial.

Como individuos hacemos lo mismo. Muchas veces recordamos nuestro pasado para justificar nuestro presente. Editamos los recuerdos de manera que nos den la razón. La manera en que construimos mitos nacionales, o ideológicos, y aquella en la que nos construimos a nosotros mismos es, en ese sentido, la misma. Pero en ocasiones alguien nos sacude el pasado. Nos muestra que su perspectiva sobre tal o cual cosa es radicalmente distinta. Con ello nos abre la oportunidad para entablar un diálogo para replantearnos esa parte de nuestra vida.

La memoria colectiva también puede funcionar como fuente de reconocimiento sincero de nuestra complejidad. Aceptando la tensión antes de que se produzca para descontar su efecto en las batallas actuales. Una reconsideración del pasado conjunto en la que no intentamos ganar puntos para nuestro equipo, sino entender cómo fue el partido. Sobre todo para quienes perdieron entonces, y quizás ahora siguen perdiendo. Como hizo Fernando Aramburu en su Patria, la búsqueda de memoria puede ser un proceso en el que destruimos naciones e ideologías a cambio de construir verdad. @jorgegalindo

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Sobre la firma

Jorge Galindo
Es analista colaborador en EL PAÍS, doctor en sociología por la Universidad de Ginebra con un doble master en Políticas Públicas por la Central European University y la Erasmus University de Rotterdam. Es coautor de los libros ‘El muro invisible’ (2017) y ‘La urna rota’ (2014), y forma parte de EsadeEcPol (Esade Center for Economic Policy).

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