Imaginar futuros
Las formas y el fondo del debate público en España resultan difícilmente compatibles con una cultura democrática saludable
Imaginar futuros posibles no está al alcance de cualquier tipo de materia viva. Se trata, de hecho, de una cualidad propia del ser humano. Planificar, soñar, perfilar o, si lo prefieren, configurar futuros requiere disponer de un grado de evolución consciente ciertamente sofisticado. Precisamente los que saben de evolución señalan que esa capacidad para proyectar es una estrategia evolutiva gracias a la cual el ser humano consigue incrementar las oportunidades de supervivencia como resultado de rechazar opciones imperfectas. Efectivamente, el simple ejercicio de imaginar situaciones permite visualizar potenciales riesgos y corregir aquellos elementos que resulten defectuosos con el fin de depurar los fallos de la situación que finalmente podría ser vivida. Esta capacidad, propia de la materia inteligente, hace posible experimentar futuros sin necesidad de sufrirlos realmente. Al percibir por anticipado las consecuencias que esos futuribles generan se facilita la adopción de decisiones mejor alineadas con la consecución de una realidad más depurada en términos de satisfacción personal y social.
Traigo a colación estas reflexiones por lo que tienen de utilidad en un momento de nuestra realidad política particularmente preocupante. Desde hace ya un tiempo, las formas y el fondo del debate público en España resultan difícilmente compatibles con una cultura democrática saludable. La descalificación personal que practican y sufren con naturalidad quienes asumen responsabilidades políticas difícilmente resulta imaginable en otro contexto. ¿Por qué toleramos en la gestión de la cosa pública aquello que resulta inaceptable para otros entornos profesionales? Las formas son algo esencial para preservar el sistema democrático, pues evita que este se degrade de manera irreversible. Lo propio cabe argumentar para rechazar aquellos planteamientos que articulan su estrategia contra el armazón político, económico y jurídico sobre el que se ha vertebrado la convivencia entre los españoles. Resulta difícil de explicar la frivolidad con la que, desde opciones políticas alejadas entre sí, se contribuye con la misma ambición a erosionar el conjunto de valores que sirven de argamasa a nuestro consenso constitucional.
A la vista de todo lo expuesto y tomando en consideración las elecciones generales ya convocadas, así como las que tendrán lugar en el ámbito autonómico, municipal y europeo en mayo, es razonable activar todos aquellos mecanismos que nos permitan garantizar futuros esperanzadores. Proyectar de forma imaginaria las consecuencias de nuestro voto a partir de las claves que ofrece la lógica política actual podría permitirnos perfeccionar el futuro resultante y ahorrarnos algunos disgustos. Valdría la pena no desaprovechar la ocasión de explorar la capacidad que nos da nuestra condición humana. La capacidad para imaginar y perfeccionar futuros como instrumento al alcance de todos impedirá también cualquier pretensión de exención de responsabilidad por las consecuencias de nuestro voto. No olviden que la realidad finalmente resultante ha podido previamente ser imaginada y, en consecuencia, perfeccionada.
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