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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El PPE y Orbán

El primer ministro húngaro debería haber recibido ya hace tiempo el mensaje de que la pertenencia a la UE supone un exquisito respeto a las reglas del juego democrático

El primer ministro de Hungría, Viktor Orbán.
El primer ministro de Hungría, Viktor Orbán.Bernadett Szabo (REUTERS)

El Partido Popular Europeo (PPE) vuelve a estar dividido ante la propuesta hecha por un numeroso grupo de sus miembros de expulsar a Fidesz, la formación liderada por el ultraderechista y eurófobo primer ministro de Hungría, Viktor Orbán.

No se trata de la primera vez que los conservadores europeos contemplan esta posibilidad, pero la inaceptable campaña oficial lanzada por el mandatario contra la Unión Europea como institución y contra el presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, a quien con referencias antisemitas incluidas acusa de fomentar la inmigración irregular amenazando por ello la seguridad del continente, ha hecho que ahora al menos 12 partidos que forman parte del grupo de centroderecha en el Parlamento Europeo hayan solicitado por escrito a la dirección del PPE la expulsión de la formación húngara.

Los firmantes pertenecen a nueve países, entre otros Portugal, Holanda, Bélgica, Finlandia y Grecia. Incluso el líder de la Unión Socialcristiana alemana (CSU), Manfred Weber, habitualmente comprensivo con el Ejecutivo húngaro, ha dado un ultimátum a Orbán para que retire la campaña y se comprometa a no realizar operaciones similares en el futuro. Sin embargo, la actitud del Partido Popular de Pablo Casado sigue siendo de tolerancia ante el reiterado comportamiento eurófobo y xenófobo de Orbán, algo que tal vez debería explicar a sus votantes durante la campaña de las elecciones europeas del 26 de mayo. Y no es una actitud nueva. Ya el pasado septiembre ninguno de los eurodiputados del PP votó a favor de sancionar a Fidesz.

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El próximo día 20, el PPE discutirá qué hacer con Orbán y sobre la mesa están, entre otras opciones, la suspensión o la expulsión de Fidesz. De ser adoptada, la decisión llegará tarde, porque el mandatario húngaro debería haber recibido ya hace tiempo un mensaje claro e inequívoco por parte de sus aliados en Bruselas de que la pertenencia a la Unión Europea supone en primer lugar un exquisito respeto a las reglas del juego democrático y que en ella no hay lugar para menoscabar en lo más mínimo libertades fundamentales. El debate se produce además con las elecciones europeas a las puertas, con lo que resultará inevitable el cálculo político cortoplacista de cuántos escaños le puede costar al PPE en la nueva Eurocámara la expulsión de Fidesz. Finalmente, están quienes piensan que es mejor tratar de controlar a Orbán desde dentro del grupo que expulsarlo al extremismo. El problema es que Orbán hace tiempo que abandonó la moderación y todavía no ha sufrido consecuencia política alguna.

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