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Columna
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La cuadratura del círculo

Ciudadanos ha hecho de la cuestión nacional el núcleo de su acción política, su supuesto centrismo se ha diluido bajo esta apuesta por lo identitario

Fernando Vallespín
Albert Rivera durante la rueda de prensa ofrecida durante la última sesión del Congreso.
Albert Rivera durante la rueda de prensa ofrecida durante la última sesión del Congreso.Chema Moya (EFE)

Es posible aspirar a gobernar con el bloque de derechas, negarse a hacerlo con el centro-izquierda y sostener a la vez que se está en el centro político? Cosas más raras ocurren en política, pero me reconocerán que esta que propone Ciudadanos parece un tanto extravagante. Al menos si analizamos la llamada política more geométrico, donde los diferentes actores se extienden en un plano en el que van creando círculos que inevitablemente se superponen entre sí o no llegan a tocarse siquiera. Es indudable que en nuestro sistema político había un espacio común sobre el que se superponían en parte casi todos ellos. Es lo que se llamaba consenso constitucional, que operaba como algo parecido al consenso entrecruzado (overlapping consensus) del que habla Rawls. Por mucho que se pudiera discrepar políticamente, los principios que emanaban de ese acuerdo de base no se cuestionaban.

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La incongruencia del nuevo giro de Ciudadanos consiste en decidir quién se integra o queda fuera de ese espacio en común. Lo primero que llama la atención es la soberbia de su líder, un recién llegado a la política, para entregar —a Vox— o quitar —al PSOE— carnés de constitucionalismo. O sea, que el partido que siempre ha sabido encarnar mejor que ningún otro el espíritu de la Constitución ya no es constitucionalista y sí lo es un partido de ultraderecha. ¡Estupendo!

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Lo cierto es que su decreto de expulsión opera intuitu personae, se dirige más a Sánchez que a su propio grupo, como si él tuviera la capacidad de decir a otro partido cómo haya de organizarse. Otro rasgo de petulancia, que en este caso va asociado al atrevimiento de interpretar lo que sea o deje de ser España. Si la intención de voto puede servir como criterio hermenéutico, dicha idea de nuestro país no se corresponde con lo que piensa —o “siente”— ni la mitad de quienes lo habitan. Ni siquiera Vox la comparte, que aspira a eliminar las comunidades autónomas.

Aquí es donde deseo detenerme. Porque cuando hablamos de “centro” operamos con el clásico eje izquierda/derecha. ¿Es aplicable esta metáfora espacial a las políticas identitarias? Seguramente no, porque eso nos llevaría a la conclusión absurda de que centrista en este ámbito solo podrían serlo los famosos “equidistantes”. Y es una obviedad que hay nacionalistas de izquierda y de derechas; incluso, como el propio Ciudadanos, de “centro”. Dado que este partido ha hecho de la cuestión nacional el núcleo de su acción política, su supuesto centrismo se ha diluido ya bajo esta decidida apuesta por lo identitario.

Esta misma apuesta está detrás de lo que de verdad preocupa a Ciudadanos y sostiene su veto a Sánchez, la posibilidad de imaginar que el ser de España sea “negociable”, como si este hubiera sido tallado ya de forma indeleble en la Constitución. Pero en un país tan diverso como el nuestro, negociar estas cuestiones trasciende las clásicas distinciones entre izquierda y derecha. A esto se le llama, simplemente, hacer política.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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