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Columna
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Hogareña

'La casa de Jack' es una película cruel que no escatima ni un solo plano de violencia contra el cuerpo de las mujeres

Marta Sanz
Fotograma de la película ‘La casa de Jack’
Fotograma de la película ‘La casa de Jack’

Escribo de las cosas que me pasan. Me pasan facturas. Me dan abrazos. Transito por aeropuertos donde me maltratan. Recibo y contesto mensajes. Veo la televisión: informativos, que me cuentan sesgadamente las noticias nacionales e internacionales, y programas infantiles en los que personajes famosos y gente campechana presencian experimentos y apocalípticos efectos especiales que les restan minutos para decir las cosas enjundiosas que tendrían que decir. Hago la compra. Trabajo, trabajo, trabajo. Voy al cine. Últimamente he vivido una experiencia cinematográfica extrema, La casa de Jack. La casa de Jack me ha pasado. Lo voy a contar.

Cuando comenté “Voy a ir a ver La casa de Jack”, algunas personas recelaron de mí: “¿Vas a ir a ver la película de un violador?”. Fui. No sé si Lars von Trier es un violador, pero es el director de Europa, El jefe de todo esto, Melancolía. También voy a seguir leyendo los libros de Anne Perry, que mató, en complicidad con su amiga Pauline, a la madre de esta última: le reventaron la cabeza a ladrillazos. Pagaron en la cárcel por sus crímenes, pero nadie encarceló a Perry por inventarse al maniático detective Monk. Leeré los libros de esos Escritores delincuentes que retrató José Ovejero en un estupendo volumen. Correré el riesgo de seguir formulándome preguntas que quizá me mejoren o corrompan como ser pensante y humano: cuál es la distancia entre decir y hacer; si el arte debe ser edificante o ejemplar; sobre la literatura como acción performativa, y la responsabilidad de quienes tomamos la palabra en el espacio público; sobre la textura metafórica de las representaciones artísticas; sobre la belleza horrible y el horror bello; sobre las pipas que no son una pipa y, en la medida en que no son una pipa, están diciendo lo que realmente son porque en las bellas artes y letras el estilo es el significado. Vivimos tiempos hipócritas: la doble moral se cruza con la corrección política, y la interpretación literal de textos que no lo son se refuerza políticamente con leyes mordaza y con un abaratamiento de la inteligencia anclada en espectáculos eternamente infantiles. La casa de Jack es una película cruel que no escatima ni un solo plano de violencia contra el cuerpo de las mujeres —mujeres de cabezas destrozadas, cazadas, amputadas, asfixiadas con una chapucería insoportable—; sin embargo, esa violencia no es apologética, sino el espejo tragicómico de infamantes estereotipos femeninos —la prepotente, la avariciosa, la madre, la simple— en los que descansa la misoginia con la que se nos amamanta nada más nacer. Es la confesión, autocrítica y cómica, de un hombre posiblemente enfermo que no sabe inhibirse del salvajismo de la sociedad en la que vive, entiende la violencia como raíz creativa y a la vez se pregunta sobre las posibilidades del arte para engendrar o paliar esa violencia. La casa de Jack, con sus guiños al destripador, a Del asesinato considerado como una de las bellas artes, de Tomas de Quincey, a la Divina comedia, a la psiquiatría, y con su crítica al cinismo del arte contemporáneo —Damien Hirst y otras exposiciones forenses—, es una autoficción: el cineasta se interroga sobre su responsabilidad cívica. Y, a diferencia de ingenuos, blancos y deshonestos Fredastaires y Gingerrogers, danzantes despistados que afirman que sus zancadas y huellas son inofensivas y puras, llega a la conclusión de que sí. Sí que la tiene.

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Sobre la firma

Marta Sanz
Es escritora. Desde 1995, fecha de publicación de 'El frío', ha escrito narrativa, poesía y ensayo, y obtenido numerosos premios. Actualmente publica con la editorial Anagrama. Sus dos últimos títulos son 'pequeñas mujeres rojas' y 'Parte de mí'. Colabora con EL PAÍS, Hoy por hoy y da clase en la Escuela de escritores de Madrid.

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