Amor, 2019
Hoy creo que lo que es amor y lo que es sexo, y las múltiples combinaciones entre ambos, es algo tan personal e intransferible como el pin del móvil
De joven, cuando era más estrecha de mente y de caderas, juzgaba al prójimo con la soberbia de una juez suprema. Esta era una fresca; ese, un cabrón; aquella, una cornuda. Hasta que una vez me contó una peluquera haciéndome las mechas que quedaba una vez al mes con su exmarido, del que se había divorciado de mala manera, y se daban unos homenajes sexuales de vicio a escondidas de sus nuevas y felicísimas parejas. Dije qué bien, qué europeos, qué modernos, pero se me calentó tanto la sangre del escándalo que me subió el tinte a rubio platino. Ya andaban mal las cosas en casa y empezaba a poner mis barbas a remojo no fuera a ser que me las cortaran en seco. Y me las cortaron, claro. Desde entonces he ensanchado. De cabeza y de culo. Hoy creo que lo que es amor y lo que es sexo, y las múltiples combinaciones entre ambos, es algo tan personal e intransferible como el pin del móvil. Que cada uno ama como quiere o puede, y gracias.
Me contaba una chica de 23 años que, a su edad, es más fácil quedar con alguien para acostarse que para conocerse. Y a los 50 pasados, no te digo. Nos da más vergüenza, más pereza y más miedo quitarnos la careta el tiempo suficiente para que surja algo que estar en cueros en la cama con un desconocido. Culpemos a la falta de tiempo, al exceso de expectativas, al pavor al rechazo, a los móviles inteligentes, pero cada vez estamos más solos. Hoy es el día de los enamorados, como en la película de Concha Velasco y Toni Leblanc camino del altar hasta que la muerte los separara. Era 1959. Hoy, San Valentín 2019, se llenarán restaurantes y hoteles y se agotarán hasta las flores de las gasolineras para celebrarlo. Lo que une a esas parejas es lo de menos. ¿Por qué decimos amor cuando queremos decir sexo, y viceversa? ¿Qué más da cómo lo llamemos? Mientras nos emperramos en ponerle nombre a todo, pasa la vida y nos la perdemos.
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