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Columna
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Luces largas

Los negocios de depredación usan luces cortas para fascinar a los usuarios porque priman la comodidad inmediata sobre la sostenibilidad a medio plazo

David Trueba
Señales de Madrid Central en uno de los accesos al área.
Señales de Madrid Central en uno de los accesos al área. JAIME VILLANUEVA

El problema de la política es que se inventó para lograr conquistas en el largo plazo pero se mide con exámenes electorales donde prima el corto plazo. Ganar las elecciones resulta pues complicado, pero ahí no acaba lo malo, porque el problema es que perderlas es sencillísimo. Los oportunistas llevan ventaja. Si uno mira alrededor comprueba que existe un vínculo común entre los grandes movimientos de protesta que nutren situaciones tan grotescas como la llegada de Trump al poder en Norteamérica o la inenarrable gestión del Brexit. Se ha impuesto una incapacidad ciudadana para entender que democracia no es que el más votado anule a los perdedores. A ratos, tantas expresiones de descontento parecen encubrir una negación autoimpuesta para realizar algún análisis profundo. Da la impresión de que si reflexionáramos un poco descubriríamos que protestamos contra nosotros mismos. Porque muchas de las fracturas sociales y económicas que nos perturban están causadas por nuestra forma de consumir, por nuestra asumida forma de vivir, por la imposible ecuación entre individualismo feroz y avances colectivos. Pero convendría dar un paso más allá y salir del terreno de las emociones propias. Pensar consiste en pensar desde otros puntos de vista.

Con el cambio de alcaldías de la última legislatura, muchos Ayuntamientos importantes de España empezaron a preocuparse, por primera vez, de asuntos ecológicos. En Madrid, incluso, se han tomado medidas atrevidas pese al juego de frontón constante del Gobierno de signo opuesto en la Comunidad. Los usuarios del metro han comprobado que se degradaba el servicio para generar descontento ante las reformas o incluso se propugnaron batallas absurdas a favor de la libre circulación de coches, como si conducir por donde te plazca fuera un derecho natural. Los comerciantes en las zonas de ampliación de la almendra peatonal se asustaron, pero los datos de venta tras la Navidad han mejorado. Ha sucedido un poco a la manera de la peatonalización del centro de Pontevedra. A las quejas por los inconvenientes le ha seguido la asimilación natural de las ventajas. Sucedió algo idéntico con las leyes antitabaco. Cuando se aprobaron parecía que se acababa el mundo. Y es que el mundo, para algunos, se está acabando cada cuarto de hora.

Sin embargo, estos procesos de cambio tienen un riesgo evidente. Si las restricciones y limitaciones de acceso no se ejecutan con un sentido igualitario, no será raro que pronto las personas menos favorecidas económicamente perciban un castigo doble a su escasez adquisitiva. Si las medidas son duras con el pobre, pero fáciles de cumplir para los ricos, capaces de cambiar de coche hacia modelos eléctricos e híbridos antes que el resto, toda política ecológica pasará a ser percibida como elitista, como un capricho de los privilegiados. En Francia, con esa canción del resentimiento, se consiguió despertar la furia de los chalecos amarillos. Lo mismo sucede con la reordenación del centro de la ciudad. Si tan solo favorece al turismo masivo, a la franquicia imitativa y al negocio fácil de alquileres por días estaríamos repitiendo el error que ha enfrentado en otras ciudades a la industria turística con la vida vecinal. Los negocios de depredación usan luces cortas para fascinar a los usuarios porque priman la comodidad inmediata sobre la sostenibilidad a medio plazo. Pero el futuro es más complicado de ver, porque solo se alumbra con luces largas.

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