De impostura en impostura
Pablo Casado y Albert Rivera demuestran la facilidad, o la frivolidad sin más, con que se hacen discursos desde la oposición
Venezuela era y es un frente muy tentador para la competición poco virtuosa de Casado y Rivera que ha centrifugado al antiguo centroderecha hacia discursos radicales cada vez más impregnados de nacionalpopulismo. Algunos de sus tuits parecen dictados bajo la lógica adolescente de ver quién llega más lejos. ¿Habrían actuado igual si presidieran el país? Cuesta imaginar que optasen por la respuesta americanista en lugar de europeísta, subidos al carro de Trump como Aznar en las Azores. No se puede ser europeísta a la carta, y menos tras el procés. Una cosa es reclamar a Europa claridad para acabar con la tiranía chavista —y Sánchez, de nuevo con la hemeroteca como espejo cruel de sus inconsistencias, no ha estado a la altura— y otra las proclamas de megáfono estilo Peseto Loco. Unos y otros demuestran la facilidad, o la frivolidad sin más, con que se hacen discursos desde la oposición.
A nadie va a impresionar, a estas alturas, que la política se deslice entre contradicciones, sobre todo al ir de la oposición al poder. Pero sí el descaro creciente, cada vez más desahogado, de las imposturas. Ahora, cuando es Sánchez quien está en Moncloa y trata de pactar los presupuestos, para Casado “España no puede aguantar más cesiones a independentistas, podemitas y batasunos”. Cuando Rajoy cerró 4.200 millones en Cataluña, se le llamaba “inversión”, no “cesión” o “regalo”. Rajoy pactaba con el PNV, ahora es “el Gobierno paga 4.245 millones por el apoyo del PNV a los presupuestos” dejando sugerido que compra al PNV. En fin, “el golpismo tiene premio”, titulaba ABC. Ese es el mensaje.
Días atrás, líderes y medios de la derecha —ese espacio ahora fragmentado en centroderecha, derecha y extrema derecha— coincidían en la idea que El Mundo llevaba a primera: “Sánchez riega de millones al separatismo”. Más allá de equiparar los Presupuestos a la Lotería de Navidad, lo grotesco es mimetizar la lógica procesista: los nacionalistas dividen a Cataluña como si sólo existiera su mitad, y la derecha les copia el argumento hablando de “regar al separatismo” como si las inversiones presupuestadas no fuesen para toda Cataluña sino sólo para los indepes. ¿De verdad confían, unos y otros, en que estas frivolidades indecorosas de ida y vuelta no pasarán factura?
Las imposturas van y vienen de la oposición al poder. Ahí está “la alternancia”. Estos días, a propósito de Andalucía, esa ha sido la segunda palabra más citada, celebrando la “alternancia necesaria” por “higiene democrática”. Y es verdad: toda administración de gasto, como la andaluza, tiende a generar un sistema clientelar esclerotizado. Sí, pero ¿los mismos que han entonado ese discurso van a reclamar que haya alternancia en Castilla y León, donde el PP ya pasa de 30 años en el Gobierno? ¿O en Málaga, su mayor capital, donde frisan 25 años continuados? No, claro que no. De modo que, al final, el mensaje es que las ideas, como la alternancia o la lista más votada, sólo son camelos oportunistas. Y se extrañan de la confianza perdida.
La política reducida a competición va de impostura en impostura. Y si los llamados partidos institucionales se manejan así, ¿por qué no ceder a las tentaciones genuinamente populistas que al menos actúan sin hipocresía?
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