El estafador, los ricos ‘millennials’ y el festival fantasma: la historia que visualiza la burbuja ‘influencer’
Dos documentales recién estrenados profundizan en el desastroso Fyre, un evento que descubre un negocio boyante basado muchas veces en irrealidades
Supermodelos. Comida de autor. Playa. Villas lujosas. Influencers. Bandas estelares (y Blink 182). Las Bahamas. Una isla que perteneció a Pablo Escobar, el más famoso narcotraficante. Entradas a partir de 4.000 euros. Más supermodelos. Más comida. Más bebida. Más Instagram. Iba a ser el mejor y más lujoso festival de la historia, una experiencia memorable dentro del saturado mercado de las experiencias. Apártate, Burning Man. Fuera de aquí, Coachella. Más modelos. Iba a suceder durante dos fines de semana en Bahamas. Con él se iba a promocionar, además, el lanzamiento de Fyre, una plataforma para la contratación de artistas que iba a acabar con el universo del booking tal y como lo conocemos. Sin intermediarios. Todo orgánico. Más supermodelos. Más tequila. Venía de la mano de Ja Rule, autoproclamado magnate del hip hop, y de Billy McFarland, un chaval de apenas 25 años, que llevaba años emprendiéndose encima para regocijo de las élites millennials. Más comida. Más influencers.
Es la historia de una crisis que refleja demasiadas cosas sobre cómo el mundo de las redes sociales, los 'influencers' y los jóvenes millonarios se ha convertido en una selva poblada por caraduras y vividores
Todo vendido en 48 horas, incluso los paquetes más lujosos, que podían alcanzar los 200.000 euros. Fyre Festival iba a ser el lugar en el que por fin se materializaba todo lo prometido por la cultura del emprendimiento, de los influencers y del ocio del siglo XXI. Más zonas VIP. Más supermodelos. Pero lo que realmente sucedió fue uno de los mayores fraudes de esta década. Miles de personas quedaron atrapadas en Bahamas comiendo sándwiches de queso y durmiendo en tiendas de campaña que habían sido antes utilizadas para dar cobijo a las víctimas de un huracán.
Este fin de semana, Netflix ha estrenado Fyre: the greatest party that never happened (Fyre: la fiesta más grande que nunca sucedió), uno de los dos documentales que se han estrenado con pocos días de diferencia y que tratan sobre esta serie de catastróficas desdichas que fue este no evento que no tuvo lugar en 2017. Más tequila.
Todo empieza con una idea que no es ni la mitad de buena (u original) de lo que parece, y con un puñado de supermodelos e influencers (Kendall Jenner, Bella Hadid, Emily Ratajkowski…) en bikini paseando su anatomía y perenne felicidad por las playas y cristalinas aguas de una diminuta isla de archipiélago de las Bahamas mientras sonríen y acarician cerdos vietnamitas. Se supone que esta isla perteneció a Pablo Escobar. Qué divertido todo. Más comida. Ellas serán la cara de este festival: son contratadas para difundir un vídeo días antes del festival para promocionarlo. Por su tarifa habitual (se rumorea que Kendall se iba a embolsar más de 200.000 euros) prestarán su imagen y subirán algunos posts a su Instagram con el hashtag del evento. Solo Ratajkowski denotará en su Instagram que sus posts son anuncios. Las demás… ¿para qué? Más bikinis. Más tequila.
Se espera la llegada a bordo de una imperial flota de jets privados de cientos de influencers y que los acaudalados asistentes podrán ver al grupo jamaicano Major Lazer codo con codo junto a ellas y ellos. Más seguidores. Más cosas gourmet. Billy McFarland, el organizador, está más preocupado de ellos que de los asistentes, hasta el punto de que en un momento del documental, cuando se ve que no hay forma de que todos los que han comprado entrada tengan asegurado un techo (ni hablemos ya de villas, pues, válgame dios, el festival coincide con el fin de semana de más ajetreo en esta isla y no hay una casa libre para alquilar), se le sugiere que corte el flujo de influencers, él se niega. A eso no va a renunciar. Lo suyo es una mezcla de contundencia empresarial y libro de autoayuda del emprendedor.
Cuando uno de los planificadores de Fyre le dice que toda esa gente igual no va a caber en la isla, le responde que quiere soluciones, no problemas. Al día siguiente, lo despide. Billy McFarland está colgado todo el santo día de una cerveza, sonriente y feliz hasta el último momento. Tras la lluvia que cae la noche antes del evento, le sugieren de nuevo que lo cancele -las tiendas están hechas unos zorros- y McFarland se niega otra vez. No sabes si es un cínico o un bobo. Su respuesta ante la avalancha de asistentes que llegan al lugar del evento y no son atendidos es darles más alcohol. Más jets privados. Más seguidores.
Esta, al final, es la historia de una crisis que refleja demasiadas cosas sobre cómo el mundo del entretenimiento, las redes sociales, los influencers y los jóvenes millonarios se ha convertido en una selva poblada por caraduras, vividores y desgraciados dispuestos a pagar un pastizal por una buena foto en su Instagram. De esta quema no se salvan ni los asistentes. Pocas veces habrás visto en un documental alguien que ha sido estafado y lo único que te viene a la cabeza mientras lo observas es: “Te lo merecías”. Uno de los asistentes al evento llega a confesar que la noche que pasan en las tiendas, como no quieren tener vecinos, se dedican a rajar las colindantes y a orinar en sus colchones, demostrando que los ricos cada vez son peores personas.
Ni los empleados (no los bahameños, claro, estos son las verdaderas víctimas de todo esto). Uno de los colaboradores de Billy declara que se avergüenza de las fotos maravillosas de la isla que seguía colgando en su Instagram mientras sabía que todo aquello era un fraude. La pulsión por colgar una imagen idílica de un embarcadero, un mar turquesa y una arena blanca es demasiado fuerte para algunos. No pueden frenarla ni en condiciones como estas.
Ni los colaboradores de McFarland. Un pobre hombre, el más senior y supuestamente avezado de todos, está a punto de tener que ir al puerto de la isla a practicar una felación al jefe de aduanas para lograr que este deje pasar el cargamento de agua Evian que va para el Fyre. Declara en cámara incluso cómo se enjuagó la boca antes de partir. Ni tampoco el socio de McFarland, Ja Rule, quien una vez descubierto todo el pastel, en una llamada a la oficina con socios y trabajadores del festival, tras haber causado daños a trabajadores locales (no cobran y el contratista debe huir de la isla por miedo a que le secuestren, la propietaria de un local pierde todos sus ahorros), asistentes y demás, declara sin remordimiento: “No hemos cometido fraude, esto no es fraude. Como mucho, publicidad engañosa”. Más emprendedores. Más motos de agua.
Unos días antes de este documental de Netflix se estrenaba otro sobre este desastro festival en la plataforma Hulu, que cuenta con capital de Fox o Disney, entre otros, titulado Fyre Fraud (Fraude Fyre). El problema es que, como toda esta historia, ambos productos tienen un fondo oscuro. El principal dilema moral al enfrentarse al producto de Hulu -que es menos efectista, pero más analítico con lo que significa el caso Fyre en el contexto social actual- es que contiene una entrevista con Billy McFarland, el tipo que, tras estafar más de 30 millones de euros con este no evento, fue condenado a seis años de cárcel y una inhabilitación para participar de ninguna empresa con cotización en bolsa. Se rumorea que McFarland ha cobrado 250.000 dólares (unos 220.000 euros) por la entrevista del documental. Más zonas VIP. Más hashtags.
La cifra de lo que costó a los de Fyre Fraud esta entrevista ha sido desvelada nada menos que por Chris Smith, director del documental rival, Fyre: the greatest party that never happened, el que ha estrenado Netflix en España este fin de semana. Smith dice saber el monto porque ellos mismos contactaron con McFarland para pedirle una entrevista y este les pidió una cantidad astronómica. Por su parte, Fyre Fraud ha contraatacado desvelando que una de las productoras del otro documental es Jerry Media, empresa que formó parte de las tareas de promoción y marketing del festival. Algunos de sus miembros aparecen entrevistados en la cinta y se les afea que siguieran promoviendo el evento hasta el final cuando sabían que aquello no iba a suceder. Por no hablar de que sus motivaciones tengan más que ver con la venganza que con la verdad.
Actualmente, Billy McFarland se halla en la cárcel (le condenaron a seis años). Eso sí, antes de ingresar, además de conceder la entrevista a Fyre Fraud por un buen puñado de dólares, se sirvió de la base de datos de clientes con posibles que logró con la venta de entradas de Fyre Festival para montar una empresa llamada NYC VIP Access. A través de ella, ofreció pases falsos para el festival Burning Man o entradas con meet and greet (una entrada carísima que da acceso a estar unos minutos charlando con la estrella en la zona de camerinos) para la gira de Taylor Swift (la cantante no hace este tipo de acciones jamás). Muchos picaron.
No sabemos qué es peor: si que el ladrón siguiera robando o que estos ricos en busca de experiencias volvieran a picar. Este sistema funciona porque hay gente con mucha caradura y otra tanta con mucho dinero. El día que se extingan uno de los dos, esto se va al carajo.
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