_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Salve, amigo

Los que nos hemos quedado solos y hechos polvo somos nosotros, los casi vivos

Félix de Azúa
Claudio López de Lamadrid en Cartagena de Indias en 2017.
Claudio López de Lamadrid en Cartagena de Indias en 2017.Daniel Mordzinski.

Quienes trataron a Carmen Balcells, la agente literaria más eficaz de Europa, sabían que era una madre con sus autores, pero un verdadero lobo feroz con los editores. Tenía un carácter y una fuerza descomunales y nadie, ni los más poderosos, osaban ponerle la proa. Todos la temían, menos uno. Había un editor a quien Carmen mimaba y cuidaba como a un hijo que le hubiera salido mejor horneado que sus autores. En las añoradas comidas y cenas de la agencia estaba siempre alerta e inquieta, con las antenas puestas en Claudio López de Lamadrid. “Un poquito más de lubina, Claudio, que es muy saludable y ni se te ocurra dejar el puré de nueces, que me las traen de la Columbia Británica”, y así sucesivamente. Se le caía la baba. ¿Celos? Pues sí, qué pasa, pero muy atemperados porque a todos y a todas, perdón por el socialismo, se nos caía la baba con Claudio. Él, con aquella sonrisa de niño grande (porque era grande, alto, robusto, úrsido) se dejaba querer. Pues con razón todos le querían porque fue generoso, amable, gozoso, agudo, gruñón, cordial, un ciudadano magnífico.

También, al parecer, la Parca debía de quererle porque se lo ha llevado en cuanto ha podido, mucho antes de lo que habría sido respetable. Y el único consuelo es que, precisamente por favoritismo, se lo ha llevado en un chispazo, un infarto fulminante del que no se enteró ni él. Es el gran privilegio de algunos elegidos: no se verá menguar, decaer, buscar las gafas cuando las lleva puestas, ni poderse atar los cordones de los zapatos. Seguirá ya para siempre con su aspecto de senador romano de sonrisa olímpica. Tiene Bécquer aquel verso famoso: “¡Qué solos se quedan los muertos!”. Sucia mentira. Los que nos hemos quedado solos y hechos polvo somos nosotros, los casi vivos.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Félix de Azúa
Nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_