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Columna
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Cama redonda en San Telmo

El acuerdo de investidura de Moreno reviste para PP y Ciudadanos tantas ventajas como peligros

El líder del PP-A, Juan Manuel Moreno Bonilla y el de Ciudadanos en Andalucía, Juan Marín, durante la firma del pacto de gobierno este miércoles en el Parlamento andaluz.
El líder del PP-A, Juan Manuel Moreno Bonilla y el de Ciudadanos en Andalucía, Juan Marín, durante la firma del pacto de gobierno este miércoles en el Parlamento andaluz. PACO PUENTES (EL PAIS)

La defunción de bipartidismo ha subvertido las convenciones de la victoria. El perdedor de unas elecciones puede terminar ganándolas. Y el ganador, perdiéndolas. La evacuación de Rajoy de la Moncloa es un ejemplo tan elocuente como el recambio de Pedro Sánchez o como la entronización de Juan Manuel Moreno en el palacio de San Telmo.

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Será presidente de la Junta de Andalucía con la mitad de escaños que obtuvo la candidatura fallida de Javier Arenas, pero la precariedad electoral del PP ha estimulado al mismo tiempo una alianza de investidura con Ciudadanos y Vox a la que ha concedido energía el imperativo de acabar con 40 años de hegemonía socialista.

El cambio de guardia no resuelve en sí mismo la incertidumbre de la convivencia. De hecho, la renuncia de Vox a sus principales requisitos del chantaje —derogar la ley de violencia de género, la apocalíptica expulsión de 52.000 inmigrantes— no contradice su papel arbitral de la legislatura, su relación orgánica con el PP —el acuerdo tóxico, bilateral, abarca 37 medidas comunes— ni la incomodidad que le espera a Ciudadanos cada vez que tenga que retratarse el ménage á trois.

Rivera aspira a torear sin mancharse el vestido, pero se antoja inverosímil que logren prolongarse la asepsia y el cinismo del baile de máscaras inaugural. Los acuerdos de Vox con el PP repercuten necesariamente en la relación de los populares con los naranjas. Es una cama redonda con visillos. Un espacio de promiscuidad política cuya lujuria y concupiscencia no puede disimularse con la versatilidad de la que se jacta Pablo Casado en su papel de crupier en dos mesas.

El líder del PP tiene razones para sentirse optimista. La victoria de Moreno es balsámica y catártica. Desaloja al PSOE de su fortaleza. Inaugura el año electoral en la expectativa de un cambio de inercias extrapolable al ámbito nacional, pero también describe las amenazas que acosan a Génova.

No solo la natural, el socialismo, ni la competencia corpulenta de Ciudadanos, sino el peligro que implica la pujanza extemporánea de Vox. Extemporánea quiere decir que la irrupción de la extrema derecha desacomplejada obedecía al escarmiento de Mariano Rajoy. Era el marianismo el objetivo de Aznar y de Esperanza Aguirre, pero, curiosamente, la conspiración de la ortodoxia patriotera ha sorprendido y atragantado al delfín de ambos.

Casado no ha tenido tiempo de organizar su modelo ni su estrategia. Vox ha colocado su campo de minas. Y ha forzado el discurso populista del PP en asuntos sensacionalistas —la inmigración, la seguridad—, aunque la paradoja de este enjambre consiste en que Casado podría ser presidente del Gobierno con 30 diputados menos de los que tenía Rajoy cuando lo jubiló Pedro Sánchez.

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