La farsa de Maduro
El presidente renueva hoy su mandato sobre una Venezuela en ruinas
Nicolás Maduro renueva hoy su mandato como presidente de una Venezuela con tintes espectrales: la falta de alimentos, la escasez de productos básicos o el derrumbe del sistema sanitario infligen un castigo de proporciones bíblicas a los venezolanos. Esto es, a los que quedan, puesto que unos 2,5 millones han huido ya del país y de sus penalidades, lo que supone más del 7% de la población. Una catástrofe sin precedentes en la historia reciente de América Latina.
Este es el trágico trasfondo sobre el que se celebra la farsa de la toma de posesión de Maduro, para un mandato que teóricamente habrá de durar hasta 2025. Trae ello cuenta de las elecciones de mayo del año pasado, en las que los principales partidos de la oposición se negaron a participar por falta de garantías democráticas, y que fueron consideradas un burdo fraude por las principales potencias de América Latina, EE UU y la UE. España no envía representación diplomática alguna a la ceremonia.
Venezuela desciende así un nuevo círculo en la deriva autoritaria. Todo apunta a que la arremetida del chavismo de Maduro contra sus críticos, centenares de los cuales se consumen en las cárceles del régimen, no hará más que arreciar, sin que se vislumbre esperanza o salida alguna a la crisis económica, política y social que carcome hasta los cimientos al país caribeño.
Maduro ha demostrado que no tiene ninguna pretensión de ceder un ápice en su control, mucho menos de aceptar una derrota electoral que pueda dar con su salida del poder. La victoria de la oposición en 2015 fue neutralizada mediante la creación de una Asamblea Constituyente que despojó de su poder a los legisladores legítimamente elegidos. La subsiguiente división, impotencia y exilio de las fuerzas opositoras añade razones para el pesimismo. Segada así la resistencia interior, el tablero internacional cobra más importancia que nunca. En ese contexto, el Grupo de Lima, que incluye a las grandes potencias de América Latina, y que se formó en 2017 para facilitar una salida negociada a la crisis, estaba llamado a jugar un papel importante. Los recientes cambios de color político en la región, sin embargo, amenazan también con arruinar este instrumento. México se negó a suscribir la posición conjunta de los otros 13 miembros del grupo en la última reunión, celebrada la semana pasada, y que pedía no reconocer al régimen de Maduro, entre otras medidas. Se trata del primer cambio en la política exterior del gigante norteamericano tras la llegada al poder de Andrés Manuel López Obrador. Sin México, el Grupo de Lima queda efectivamente capitidisminuido.
Dos son las razones de esta mutación. Por una parte, México vuelve a su tradicional política de no injerencia, que llevó por ejemplo durante décadas a sucesivos Gobiernos del PRI, incluso a los más neoliberales, a ofrecer cobijo diplomático a Cuba. Por otra parte, algunos países del grupo tienen ahora Gobiernos conservadores, con el Brasil del ultraderechista Jair Bolsonaro al frente, cuyas violentas amenazas desvirtúan el espíritu fundacional del grupo y le restan capacidad real de interlocución.
México tiene ahora el desafío de demostrar que puede ser crítico con Venezuela al margen del Grupo de Lima. La Cancillería, que lidera Marcelo Ebrard, un político pragmático, ha llamado a lograr una salida negociada, en línea con la tradición mexicana, impulsora en los años ochenta de las conversaciones en Contadora, que sentaron las bases de la paz en Centroamérica. Ni López Obrador ni Ebrard tienen previsto estar hoy en Caracas.
Nada de todo ello, sin embargo, debe distraer del verdadero responsable de la gran catástrofe venezolana. El presidente Nicolás Maduro ha de mirar hoy a su alrededor y sentir la soledad y el aislamiento en América Latina y de las potencias democráticas del resto del mundo. Y actuar en consecuencia, poniendo fin a la tortura a la que tiene sometido a su pueblo, que se consume en una tragedia que debería ser intolerable en el siglo XXI en el hemisferio occidental.
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