_
_
_
_
_

¿Quién demonios es este chico de 22 años que tanto conmueve con su música?

Tamino es atípico en todo: mezcla de belga y egipcio, diamante en bruto del rock con tintes orientales, no busca impresionar, solo emocionar

Tamino posa en exclusiva para ICON feliz a pesar de componer música encoge el alma.
Tamino posa en exclusiva para ICON feliz a pesar de componer música encoge el alma.Fotografía: Ximena & Sergio

No todo van a ser influencers entre los chavalillos ilustres de apenas 20 años. También hay gente de provecho, no se crea. Es el caso de Tamino-Amir Moharam Fouad, el muchacho que nos contempla en un hotel de Madrid con sus enormes ojos azabache y que medita despacio cada respuesta, tan minucioso como lo es con todo lo demás, antes de verter reflexiones siempre muy alejadas del tópico.

Tamino es un Escorpio de 1996, lo que le convierte en centennial, posmillennial o como queramos llamar a estos jóvenes. Desde los diez años ya frecuentaba los escenarios como actor. A los 14 fundó su primera banda de rock. Antes de los 20 tenía en circulación un par de epés y en otoño del pasado año lanzaba su primer álbum, Amir (Communion/Music As Usual), que resulta casi imposible no concebir como uno de los debuts más fabulosos que nos dejó 2018. Y todo, con un repertorio de autoría propia que aúna rock de elevado voltaje emocional (su amigo Colin Greenwood, guitarrista de Radiohead, se deja escuchar en el tema Indigo night) y los melismas orientales de su acervo egipcio.

¿Dónde situarle, entonces? Entran ganas de aplicar la vieja fórmula que preconizaba Marvin Gaye: “Allí donde dejo mi sombrero, ese es mi hogar”. Pero él nos corrige con una derivada más mística. “Yo no tengo sensación de pertenencia a ningún lugar determinado. Solo siento que pertenezco a la música”, resume con su inopinado aplomo posadolescente.

"Sufrí acoso y tuvieron que cambiarme de colegio. Pero no he querido escribir sobre el ‘bullying’. Los conflictos son el precio de crecer y creo que la canción no es un género necesariamente autobiográfico”

Porque Tamino, avisémoslo de antemano, no resulta convencional en casi nada. No en sus orígenes, desde luego, porque integra su residencia en Bélgica con ancestros a caballo entre Egipto y Libia. Tampoco en ese rostro perfilado y anguloso de belleza extraña, como de pintura expresionista, que le ha convertido en la inesperada imagen publicitaria de Missoni. “Me encanta la moda, pero lo cierto es que no tengo ninguna aspiración al respecto”, avisa. “Ya he hecho la sesión de fotos con ellos, vestido de negro de la cabeza a los pies, y estoy abierto a futuras sugerencias en este ámbito. Pero no pienso hacer carrera en la moda: quiero pensar que a las marcas les interesa mi música, no solo mi cara”.

Y es ese lenguaje musical, precisamente, el que con su madurez pasmosa ha dejado perplejos a docenas de críticos. Todos tienden a compararle con Jeff Buckley, e incluso sus primeras imágenes promocionales, en blanco y negro y con camiseta blanca de tirantes, recordaban físicamente al malogrado autor de Lover, you should’ve come over. Pero a él le gusta situarse más cerca de su abuelo (Moharam Fouad, un ilustre de la música y cinematografía egipcia) o de Tom Waits y Nick Cave. “Fue en un concierto de Nick cuando me sentí por última vez transportado a un estado superior”, se sincera. “No hablo de lisergias, sino de una sensación trascendente: prometo que no había tomado drogas, ni siquiera una simple cerveza. Pero la música supone para mí una virtud parecida a Dios. Me encanta sentirme pequeño ante grandes cosas como una canción conmovedora o un paisaje majestuoso. Siento pequeñez como una sensación realmente bella y saludable”.

El autor de preciosidades como Habibi, Verses o Cigar se expresa, ya lo ve usted, con una solemnidad entre atípica y pomposa, pero nunca gratuita. Se considera un hombre “espiritual, pero no religioso en el sentido clásico”, más allá de que, siguiendo el precepto islámico, evite comer carne de cerdo. Y admite: “De mi madre aprendí a permanecer en contacto con mi espíritu, a sentirme una persona capaz de trascender más allá de los problemas cotidianos”.

¿Podríamos confundirle con una versión actual del jipismo? “No, no hablo a la manera jipi”, matiza. “Tampoco hay drogas en esta reflexión, ni me parecen útiles a efectos de inspiración. Levantarse con resaca no invita a que te pongas a escribir… Y yo necesito seguir siendo un ser humano creativo: no solo para el desarrollo de mi carrera, sino por mi propia salud mental”, admite.

El cantante mostrando uno de sus perfiles. El otro es igual de bueno.
El cantante mostrando uno de sus perfiles. El otro es igual de bueno.Fotografía: Ximena & Sergio

Lo dicho, habla un chaval diferente. Y que fue consciente de su propia singularidad desde una edad muy temprana, esa en que la diversidad no siempre resulta un concepto sencillo de inculcar a los chiquillos. “Era un niño muy fantasioso”, desvela. “Mientras mis compañeros de escuela se las daban de machotes con diez u 11 años, yo vivía en mi mundo de historias mágicas e inventadas. Siempre fui el raro de la clase, y los chicos pueden ser muy crueles a esas edades. Sufrí acoso y tuvieron que cambiarme de colegio. En el segundo tampoco es que me entendieran demasiado, pero al menos me dejaban en paz”.

Fueron momentos duros. Propiciaron un caudal de rabia que Tamino solo sabía liberar ejecutando ruidosos solos de guitarra hasta arriba de distorsión. “No, en la actualidad no utilizaría esos efectos de ninguna manera”, concede con gesto por una vez relajado. “Tampoco quise escribir ni entonces ni ahora un tema sobre el bullying. Considero que los conflictos son el precio de crecer y que la canción no es un género necesariamente autobiográfico”. Ya saben: mejor evitar las lecturas demasiado directas y evidentes. “Me gusta esa idea de que el oyente se apropie de tus letras, que las haga suyas. Cohen o Dylan siempre siguieron ese criterio. No quiero contar en una canción qué demonios he estado desayunando. Prefiero que quien me escuche aproveche para prepararse su propio desayuno”.

Ahí lo tiene: un veinteañero guapo y espigado, modelo ocasional, que cita a Dylan como referente. Un tipo raro. Un chaval de 22 años que, tras culminar un primer disco alabadísimo, avisa: “Creativamente, hoy ya me siento más allá de Amir”. Y que se sabe afortunado de que le reclamen entrevistadores por media Europa, pero advierte de que no le gustan las agendas ni las jornadas con mucha planificación. “Reivindico la importancia del aburrimiento para la creatividad. Y necesito estar solo. No puedes ser creativo rodeado de gente”.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_