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Nick Cave: el hombre del saco busca paliar su dolor

El músico australiano ofrece un intenso y contundente concierto en el Primavera Sound

Fernando Navarro
Nick Cave durante su concierto en el Primavera Sound 2018.
Nick Cave durante su concierto en el Primavera Sound 2018.JUAN BARBOSA

Según la leyenda, el hombre del saco fue un tipo enfermo que vagaba por las calles en busca de una cura. En plena noche, tras mucho deambular durante días, halló una curandera, tal vez más enferma de la cabeza que él. Le dijo que el remedio a todos sus males estaba en la sangre de un niño al que tenía que sacrificar. Fue entonces cuando aquel tipo roto y desorientado cogió un saco para esconder a su víctima y poner fin a su dolor. Entre esas tinieblas, nacía el mito del hombre el saco.

Se hace difícil ver en la escena actual a un músico que transmita un aura casi mística, como si sobre su cabeza volasen gárgolas y grifos acompañando su canto. Nick Cave es uno de ellos. Un verdadero personaje imponente, que irradia un carisma aplastante, como en la noche del jueves se pudo comprobar solo más salir al escenario principal del Primavera Sound con la oscura Jesus Alone, perteneciente a su último disco, Skeleton Tree.

Son muchas las tinieblas por las que Nick Cave ha vagado en su vida. Desde las distintas drogadicciones y el alcoholismo, pasando por luchas internas con su arte y su visión fatalista de este paso por el mundo, hasta la más reciente de todas y a la vez la más dura: la muerte de uno de sus dos hijos. Arthur, un chaval de 15 años que se cayó por un acantilado por, según el parte médico, ir colocado de LSD. De alguna manera, a través de sus canciones viscerales y nada complacientes, el músico australiano es como un hombre del saco buscando una cura para su dolor, siempre presente en su música, siempre amenazante como una guadaña que ataca por la espalda. Lo transmitió en Do You Love Me?, una murder ballad con su intransferible sello personal.

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Con su traje negro y su pelo peinado para atrás como un arcángel queriendo ser Rodolfo Valentino, Cave es todo un personaje cinematográfico. Paseándose por el escenario, sus movimientos son finos y contundentes. Es muy teatral, como si del cielo fuera a llover fuego. A veces parecen espasmos, otras simples poses, pero nunca dejan de ser hipnóticos. Hay una ira en su canto grave, en esos alaridos que soltó en Distant Sky, incluso en ese tono suplicante de Girl in Amber con él al piano. Se puso de rodillas, rogó al suelo y desafió a todo bicho viviente con su mirada penetrante. Cave también guarda cierta furia en los ojos. Es un crooner jodido con la vida, nada romántico. Si por él fuera macharía a todos aquellos cantantes melódicos que sonríen y celebran la felicidad como mandamiento. Casi se diría que los degollaría con la ayuda de los Bad Seeds, esa formación de sonido bastardo, afilada como una navaja automática, que hicieron anoche de la distorsión un modo de extraña vitalidad. Incluso el violín rugió tan alocado como Cave gritando en Red Right Hand, canción que se llevó la mayor ovación del concierto al ser la banda sonora de la exitosa serie Peaky Blinders.

Más de una vez ha dicho Cave que la música le ha salvado de no volverse loco porque motivos no ha dejado de tener desde que se precipitó como adolescente por el abismo de las drogas. Anoche, era como el hombre del saco, asustando con su ira descontrolada, pero elegante. Desatado pero buscando paliar su dolor con canciones sonando como tormentas de truenos, como Deanna, que sonó espectacular con su aire de rock'n'roll primigenio. Fue su primera concesión a la celebración. A partir de ahí, sorprendió cuando se bañó en multitudes, saliendo a la pasarela, a lo Mick Jagger, dejando que le abrazasen y abrazando. Chocando manos, sonriendo sin perder el gesto desencajado. Se hizo hasta raro. Con un toque casi de rap, Stagger Lee fue la cúspide. Ahí subió a decenas de personas al inmenso escenario, entre ellas se coló Alfred, el cantante y exconcursante de Operación Triunfo. Ver para creer: Cave bailando con señoras a la par que empujando a otros y gritando: “hijos de puta”, estribillo de Stagger Lee. Había una angustia en su llanto. El hombre del saco necesitaba cariño, necesitaba paliar su dolor, pero en ningún caso dijo que creyese en las bondades de este mundo. Simplemente, lucha por sobrevivir, con dolor, como un “maldito hijo de puta”. Aún con su aura fascinante, puede que como cualquiera.

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Sobre la firma

Fernando Navarro
Redactor cultural, especializado en música. Pertenece a El País Semanal y es autor de La Ruta Norteamericana. Ejerce de crítico musical en Cadena Ser. Pasó por Efe, Abc, Ruta 66, Efe Eme y Rolling Stone. Ha escrito los libros Acordes Rotos, Martha, Maneras de vivir y Todo lo que importa sucede en las canciones. Es de Madrid.

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