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Columna
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La democracia como segunda oportunidad

El voto no responde a una valoración racional de los programas electorales ni a una adhesión ideológica con el partido al que se otorga la confianza

Cristina Monge
Mesa de votación en un colegio electoral.
Mesa de votación en un colegio electoral.Marta Pérez (Archivo EFE)

Empieza a ser habitual que a cada noche electoral le suceda una mañana de arrepentimiento. Muchos norteamericanos se despertaron un día preguntándose cómo era posible que Trump hubiera sido elegido presidente. No menos británicos se tiraron de los pelos por no haber ido a las urnas a decir que no al Brexit porque pensaron que el esfuerzo no sería necesario. Y se cuentan por miles los andaluces que, aun con poco entusiasmo, hubiesen acudido a los colegios electorales hace un par de semanas si hubieran intuido que la extrema derecha podía empezar en Andalucía su delirio reconquistador.

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Estos hechos ponen de manifiesto, al menos, cuatro cuestiones: La primera, que hemos generado el espejismo de que la democracia se mantiene por inercia. Quizás así se explique que mientras el barco se hunde la orquesta siga tocando. Por otro lado, y a la luz de lo aprendido, no parece buena idea que las decisiones complejas y trascendentes se dejen en manos de una votación más, sin otros mecanismos que exijan mayor deliberación, madurez y compromiso. La tercera es una derivada de ésta y tiene que ver con la necesidad de argumentar hasta el infinito las consecuencias de cada decisión. ¿Se explicó suficientemente lo que el Brexit podía acarrear, enfrentando a sus defensores a mínimos contrastes con la realidad? ¿Y lo que supondría derogar la ley de violencia de género, como propone Vox? Uno de los motivos por los que probablemente no se invierte suficiente esfuerzo en esto es porque tenemos la certeza, y esta es la cuarta constatación, de que en un buen número de casos, al parecer de forma creciente, el voto no responde a una valoración racional de los programas electorales ni a una adhesión ideológica con el partido al que se otorga la confianza. Se trata, más bien, de una identificación emocional; en ocasiones con un imaginario, pero en muchos casos en contra de otro. La encuesta de 40 dB sobre las elecciones andaluzas arroja datos significativos a este respecto.

Estos días debatimos hasta qué punto los cordones sanitarios son útiles para aislar las ideas de la extrema derecha. La Historia demuestra que incorporarlos a las instituciones tiene muchos riesgos, pero las políticas de aislamiento en Países Bajos, Austria, Suecia o Alemania no están dando mejores resultados. Aplicando estas cuatro lecciones aprendidas, tal vez debiéramos comenzar por poner en marcha mecanismos que permitan confrontar cada propuesta con la prueba de la realidad, mostrando a las claras sus consecuencias. Junto a ello, en el plano emocional, hemos de construir un imaginario atractivo en torno a los valores de los que nos sentimos orgullosos. La democracia no puede vivir de inercias. Ha de construirse cada día mediante procesos de deliberación, conformación de la opinión y toma de decisiones cada vez más complejos.

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Sobre la firma

Cristina Monge
Imparte clases de sociología en la Universidad de Zaragoza e investiga los retos de la calidad de la democracia y la gobernanza para la transición ecológica. Analista política en EL PAÍS, es autora, entre otros, de 15M: Un movimiento político para democratizar la sociedad y co-editora de la colección “Más cultura política, más democracia”.

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