El truco de los siete minutos que consigue que una serie sea un fenómeno planetario
La española ‘Élite’ cierra 2018 como una de las ficciones más populares del mundo. Nos reunimos con sus creadores para hablar de sexo, drogas, ‘trap’ y el nuevo dios algoritmo
Sexo, drogas y trap. Los ricos también lloran. Amistades peligrosas con crueles intenciones. Una de las series más populares del año en todo el mundo (estuvo un mes como la más vista) no va a disculparse por recurrir a los clichés de la baja cultura, porque si llevan décadas (siglos) calentando a las masas es por algo. “La obsesión con un culebrón adolescente eurotrash”, titula Vogue. “Tu nuevo drama adolescente favorito”, promete The New York Magazine, donde además se ordenó a los personajes de menor a mayor atractivo físico. “Hasta los padres son sexis”, admiró el Washington Post. Pero Élite no es solo un fenómeno mundial, un producto perfecto y la marca España más ardiente desde el pebetero de Barcelona 92. Élite se toma muy en serio a sí misma.
Netflix les pidió a Carlos Montero (responsable de la serie Física o química) y a Darío Madrona (responsable de Los protegidos) una serie de adolescentes. Nada más. Y nada menos. Eso y que a los siete minutos del primer capítulo hubiera un giro de guion. “Es como si la gente de Netflix supiera el momento en el que la mayoría de la gente abandona las series”, explica Madrona. “Les propusimos la premisa de tres chavales de clase obrera que asisten a un colegio para ricos, nos dieron el OK y a partir de ahí casi no se metieron”, recuerda Montero.
"Le pregunté a Netflix cómo debíamos abordar el sexo, si de manera blanca, con caritas o planos detalle de manos, y me pidieron que fuera más allá. Y fuimos”
Ramón Salazar
Por la misma razón por la que en Titanic no aparecían los pasajeros de segunda clase, Élite sabe que los extremos funcionan mejor dramáticamente. Tal y como explica Madrona, “todos los personajes se van de safari por el estrato social contrario y tratan de aprovecharse de alguien para conseguir dinero, sexo, entretenimiento o drogas”. Y lo consiguen. Varias veces. “Desde el 15M y la crisis económica hay una mayor conciencia de clase. La gente empezó a caer en la cuenta de que los ricos cada vez tienen más y los pobres, por más que hagan, siempre van a estar abajo”, apunta Madrona. “Y la clase media se está yendo a la mierda”, concluye Montero, quien descartó pulseras con la bandera de España, zapatos Castellanos y excursiones de caza, lo cual ha beneficiado a la universalidad del producto y ha igualado a los ricos y a los pobres.
Porque en ropa interior no son tan diferentes. Y por eso los polvos van en todas las direcciones [alerta, sexpoilers]: hay sexo en la piscina, una pérdida de la virginidad, dos polvos en las duchas, otro en un sofá, uno mientras el novio de la chica mira, dos tríos y dos felaciones entre chicos (una entre dos gays, la otra entre un bisexual y un curioso). Todo ello en ocho capítulos.
El director Ramón Salazar, recién salido de un melodrama árido sobre dos mujeres (La enfermedad del domingo), se enfrentó a un frenesí con 11 chavales en el que parece que si hay un silencio la mitad de la audiencia va a ponerse a mirar el móvil. “Le pregunté a Netflix cómo debíamos abordar el sexo, si de manera blanca, con caritas o planos detalle de manos, y me pidieron que fuera más allá. Y fuimos”, recuerda. Tanto fue el cántaro a la fuente que hubo que darle una ducha de agua fría a las escenas sexuales durante el montaje. “Pero los personajes no follan por follar”, matiza el otro director de la serie, Dani de la Orden, “cada polvo tiene una intención dramática y una consecuencia narrativa”.
Montero considera que hoy los chavales tienen una actitud más libre y relajada respecto al sexo. Se acabó eso del chico al que rechaza su amigo cuando le cuenta que es gay, aquí esa es la menor de sus preocupaciones. “No podíamos hacer lo mismo que en Compañeros y tratar el tema desde un lugar escandaloso y didáctico, aunque en aquel momento sí hubo que contarlo así porque no se había hecho antes”, explica el cocreador de Élite. El acceso prematuro a la información de los nativos digitales les lleva a tenerlo todo más claro o, al menos, a tener menos prejuicios. Por eso, cuenta Madrona, cuando en la serie un chico convence a otro de que le haga una mamada quisieron evitar lo de “quítame la mano, maricón” y la habitual cara de asco. El cocreador avisa, eso sí, de que en la segunda temporada por fin llegarán los condones a ese pueblo.
Élite sacude el tópico de que el VIH es un problema de las clases humildes, los gais o los drogadictos. Aquí la portadora del virus es Marina (María Pedraza), una adolescente heterosexual de clase alta, que tiene normalizada su condición de indetectable: con tratamiento y control médico, su vida transcurre con normalidad porque no sufre síntomas ni puede contagiarlo. “Como ahora el sida es una enfermedad crónica pero no mortal, nadie habla sobre ella y eso solo perpetúa el estigma. Hay una fina línea entre desdramatizar la vida de una indetectable, quitarle gravedad a su contagio y no culpabilizarla por ello”, reflexiona Madrona. No espere encontrar una moraleja, porque Élite es espectáculo. Pero no por ello todo vale. ¿O sí?
“Nosotros teníamos muy claro que queríamos hacer una serie muy pop, para enganchar, y creo que somos muy honestos con esos giros a lo bruto y a calzón quitado, aunque si no gustaba podría haber caído en el ridículo”, opina Carlos Montero. Esta autoconsciencia se desbarra en escenas como aquella en la que Nadia, la chica árabe y conservadora, descubre dos noticias acerca de su hermano Omar después de que Guzmán, el chico que le gusta, pierde los nervios durante una discusión y exclama: “Pues que sepas que tu hermano es camello y come rabos”.
“El placer culpable es la coartada para decir: ‘Soy tan listo que me puedo permitir ver esto y disfrutarlo de forma irónica’. Es una excusa cobarde y condescendiente”
Darío Madrona
“Es que Élite va a saco, es apretada, es barroca, es como un adolescente quiere que sea su vida”, admira De la Orden. “Pero tampoco nos estamos riendo de nosotros mismos, ni haciendo parodia ni metanarración. Nos lo tomamos muy en serio”, apunta Darío Madrona. ¿Ha aprendido la ficción española a pasárselo bien sin complejos? Son ya 25 años, desde Farmacia de guardia, de ficción al servicio de la señora de Cuenca. Ella es una figura simbólica que los ejecutivos de televisión mencionan para que los guionistas no se pasen de modernos y no olviden incluir un abuelo y un perro en sus series, como si la señora en cuestión no hubiera vibrado con Twin Peaks en su momento. “Con esta moda de los maratones de series y las series que son películas de diez horas, algo que a mí me parece espantoso, estamos acostumbrándonos a lo de a partir del quinto mejora, cuando yo creo que en el minuto 15 ya tienes que saber en qué serie estás”, dice Madrona.
Los padres de Ramón Salazar han visto Élite en dos días, en parte porque la dirige su hijo y en parte porque todo el mundo ha visto Élite en dos días. Y algunos de esos espectadores la han terminado necesitando una ducha ideológica (y quién sabe si otra literal) de lo mal que se sentían. Como si hubiesen cometido una infidelidad, en este caso, poniéndole los cuernos a la televisión de calidad oficial. Solución: alabar Élite como un placer culpable. “El capital cultural son las obras que uno consume y le suben el estatus. Ir a un concierto de música clásica te sube el estatus cultural, ir a uno de OT, no. Y el placer culpable es la coartada que se ha buscado la gente para decir: ‘Yo soy muy listo, tanto que me puedo permitir ver esto como placer culpable y disfrutarlo de forma irónica”, apunta Madrona. “Pero es una excusa cobarde, condescendiente e innecesaria”.
“A mí, mientras la vean me da exactamente igual, ponte el traje que necesites para verla”, dice Montero, que no es nuevo en lo de los éxitos que nadie reconoce ver. Hace 10 años se levantaba cada semana con una audiencia colosal de Física o química y con unas críticas espantosas. “Nadie la comentaba en redes sociales y nos daban por todos los lados: por la izquierda, por la derecha, los fachas y los modernos. Al cabo de los años la gente me sigue hablando de ella y pienso: ‘Cabrones, ¿dónde estabais entonces?”. Lo que está claro es dónde están hoy: viendo Élite. Y ahora sí, proclamándolo en todas las redes sociales posibles. Porque, ya sea por la campaña de Netflix o porque el público se ha aburrido de su propio cinismo, nadie parece avergonzarse de verla. Va a resultar que el mundo sí que ha evolucionado. En casi todos los sentidos.
Y ese mundo tiene, desde hace unas semanas, 11 ídolos más. Netflix no presionó para meter caras famosas y aprobó un reparto de chavales desconocidos (hasta los actores maduros están sacados de la escena del teatro independiente madrileño) que se enfrentan al rodaje de la segunda temporada con dos millones de seguidores nuevos en sus cuentas de Instagram. “Ahora son influencers”, explica Salazar, quien según Montero va a tener que “deconstruirlos para que vuelvan al redil”.
“Yo les pregunto cómo lo llevan y me dicen que bien, pero se nota un cambio en su actitud, no lo pueden evitar: están todos a dos metros y hay que bajarlos”, indica el director. “Pero es que si yo fuera ellos no estaría a dos metros, estaría a diez”, añade Montero, “se nota que están intentando esforzarse en ser normales, en volver a ser los que eran, pero ya no lo son. Están interpretando normalidad, pero es imposible. Están ligando con famosos, cómo no les va a afectar”.
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