Palabros
En la Real Academia nos limitamos a recoger el estado de la lengua en un momento concreto, como el médico con un paciente. Nuestro paciente cambia cada minuto
Quienes trabajamos en la Real Academia pasamos horas discutiendo sobre palabras. Algunos somos de la casa en tanto que literatos o traductores, pero hay muchos profesionales: lexicógrafos, gramáticos, filólogos. Casi todas las palabras que entran en discusión son sugerencia de gente que consulta el uso y abuso de algún término, o propone cambios. El lenguaje es un organismo viviente, como los océanos y casi de igual tamaño. Cada día aparecen invenciones y equívocos. Recuerdo una sesión que se la llevó entera la palabra ‘peineta’ cuando va acompañada por el anular enhiesto. Épico.
Es frecuente que nos escriban exigiendo cambios. Tendencia que ha tomado gran ímpetu desde que el agravio se ha convertido en el modo de vida de mucha gente. El agraviado no soporta que el diccionario lo defina: sólo él sabe cómo debe ser definido. Sin embargo, quienes trabajamos en esa tarea no somos dueños de alterar o inventar por antojo. Nos limitamos a recoger el estado de la lengua en un momento concreto, como el médico con un paciente. Sólo que nuestro paciente cambia cada minuto.
La disputa suele establecerse entre aquellos académicos que quieren registrar todas las palabras que aparecen, sin dejar una sola fuera (los descriptivistas), y aquellos otros que prefieren rechazar las palabras que abaratan o ensucian el lenguaje (los prescriptivistas). Lo más curioso de los últimos años es que una minoría poderosa y rica quiere imponer su léxico sobre toda la población. Cuando un alto cargo político exige que se use el lenguaje según a él le apetece está actuando como un déspota ilustrado. Lo cierto es que sólo si la gente usa esos términos con normalidad puede entonces la RAE aceptarlos. Los académicos somos demócratas del logos.
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