Las ideas superclaras
Algunos tienen las ideas grabadas a fuego, escritas en piedra; no obstante son certezas lo que manejan: convicciones
No tener una opinión, contrariamente a lo que se cree en estos tiempos, no es malo, ¿O sí?… No, no es malo. ¿O sí? —No sé, la verdad es que os lo tendría que mirar—.
Reconozco que hay personas que tienen las cosas superclaras. A veces pueden resultar algo estomagantes pero, por lo general, les va bien en la vida; capean el temporal cuando les vienen mal dadas y gozan de la complicidad de un público fiel que les jalea y les aplaude. Tienen las ideas grabadas a fuego, escritas en piedra; no obstante son certezas lo que manejan: convicciones. Es tal su determinación que podrían aventurarse por una jungla misteriosa sin dudar y hacer frente a fieras salvajes y a todo tipo de alimañas —metafóricamente hablando, claro—.
La verdad te la arrojan a la cara y cuando detectan a alguien que se va por los cerros de Úbeda, que disiente o que es sospechoso de frivolizar, van a por él, sin piedad; lo reducen a fosfatina.
Tengo que reconocer que me gustaría ser así, me encantaría manejar el timón de mi voluntad contra viento y marea, sabiendo siempre lo que es correcto, pero… No, mi mentalidad es líquida y acostumbro a decir “digo” donde dije “Diego”.
Llegado a este punto quiero advertir a periodistas que se acerquen a mí con la intención de entrevistarme que, bajo ningún concepto, deben preguntarme por:
Los límites del humor.
El Black Friday.
La libertad de expresión.
Cataluña, en general.
La independencia de los jueces.
El recogemigas.
El pez mantequilla.
Y, por supuesto, tampoco pueden aproximarse por detrás, ni mirarme directamente a los ojos. Meterme cosas en los bolsillos sí pueden.
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