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Columna
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Lejos de la corte

El tren político abusa de la locomotora judicial para obtener sus fines

David Trueba
Juicio del Tribunal Constitucional Federal alemán, en Karlsruhe.
Juicio del Tribunal Constitucional Federal alemán, en Karlsruhe.Associated Press

Muy simple hay que ser para pretender que el poder Judicial pueda despolitizarse. Pero sí nos basta atender al modelo de televisión pública, siempre pendiente de los vaivenes electorales, para comprender que la política es un pulpo que entinta todo. En todas las democracias, la elección de jueces en tribunales superiores se hace con arreglo a los equilibrios electorales. La diferencia estriba en que los debates son públicos y la independencia de los elegidos es sagrada. Desde hace tiempo venimos reclamando que el Tribunal Constitucional español adopte un pequeño detalle diferencial del que disfruta en Alemania, por ejemplo. Allí, ese alto tribunal se encuentra situado en Karlsruhe, una ciudad más cercana a la frontera francesa que a los centros de poder políticos de la República a la que representa y defiende. Basta escuchar algunas grabaciones filtradas de manera interesada y delincuencial para entender que uno de los problemas judiciales españoles tiene que ver con la concentración del poder en apenas dos manzanas de la capital. A tiro de café, es difícil lograr la independencia. Lo mismo sirve para el periodismo. Hacerlo bien requiere un sacrificio de separación, casi automarginación.

La llegada del otoño trae una desnudez inesperada. También a las instituciones del Estado podría llegarles una temporada de pérdida de hoja arrobadora. Aunque, para muchos, estos temblores de las estructuras de la nación son causa de enorme preocupación, la realidad es que merece la pena pasar por estas crisis si el resultado es una transformación eficaz. La regeneración necesaria precisa de valor y no de miedos. Pónganse a sumar y les faltarán dedos para contar episodios que delatan el mal funcionamiento de instituciones imprescindibles. El mayor peligro de la democracia es que quien obtiene el poder de modo legítimo en las urnas trate de acaparar su representación en cada una de las altas instancias que precisamente velan por limitar sus tentaciones absolutistas.

Los mayores reparos contra el poder Judicial no vienen planteados por la ciudadanía, sino por los propios jueces. Hay tribunales que discrepan con contundencia del proceder de otros tribunales. Por no hablar del varapalo reciente de Estrasburgo al proceder erróneo en España en la causa contra Otegui. Varapalo, por cierto, recibido con enorme cinismo. En lugar de deprimirnos podríamos entusiasmarnos con la posibilidad de que de todo esto salga una discusión ciudadana por conseguir liberar en cierta medida a las carreras judiciales del designio político. Detrás de la sentencia corregida del Tribunal Supremo hay demasiados nombramientos obtusos y ejercicios de poder políticos en filigrana fea.

Aquí, lo que vamos contemplando en cada uno de estos episodios malsanos es que el tren político abusa de la locomotora judicial para obtener sus fines. Eso le obliga a dominaciones groseras de las instituciones. Que no se admite el debate, que no se quiere razonar cuando tienes la fuerza. En un ambiente viciado, lo mejor que puede pasar es abrir las ventanas. Los ojos que no ven, mucho me temo que acaban por destrozar los corazones que no sienten, aunque sea en plazos de pago más cómodos. Es cierto que vemos y escuchamos cosas espantosas. ¿Pero sería mejor no oírlo? ¿Sería mejor quedarse sin saber nada de lo que ocurre? ¿Sería mejor seguir pensando que todo está bien porque nada se agita? El otoño institucional consiste en poder ver tanto parche, tanta suciedad empujada debajo de las alfombras. A lo mejor no hace falta irse a Karlsruhe, pero sí alejarse de la corte.

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