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Columna
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Imelda Cortez

Cientos de miles de mujeres en el mundo se exponen a pasar su vida en la cárcel o a ser ajusticiadas si toman una decisión que en nuestro país es un derecho inalienable

Jorge M. Reverte
La joven salvadoreña Imelda Cortez, acusada de un intento de aborto.
La joven salvadoreña Imelda Cortez, acusada de un intento de aborto.Rodrigo Sura

El Salvador, noviembre de 2018. Ya se ha convertido en un tópico lo de la fecha, pero aun así lo usaremos: ya bien entrado el siglo XXI, hay una mujer que lleva más de año y medio en prisión acusada de intento de homicidio contra su hija recién nacida. Imelda no puede alegar lo que seguramente es la verdad, o sea, que intentó abortar, porque El Salvador es uno de los cinco países del mundo donde hacerlo, en cualquier supuesto, está penado con 20 años de cárcel por intento de asesinato.

Hace 150 años, un hombre escribió un artículo germinal que hablaba del sometimiento de la mujer. El hombre se llamaba John Stuart Mill, y su esposa, que le alentó a hacerlo, Harriet Taylor. Ambos inauguraban así, quizá sin saberlo, una época, un género y un movimiento que ahora conocemos como feminismo.

Y siglo y medio después de aquel momento fundacional, Imelda y cientos de miles de mujeres más en todo el mundo, se exponen a pasar su vida en la cárcel o, incluso, a ser ajusticiadas, si toman una decisión que, por ejemplo, en nuestro país está considerada como un derecho inalienable de la mujer.

La Iglesia católica tiene una gran responsabilidad en ello. Ya es de imaginar. Pero, sobre todo, la causa está en una enfermedad que afecta a gran parte de la población: el machismo.

Hasta ahí, todo sabido. Y la gran mayoría de los ciudadanos y ciudadanas españoles firmarían casi a ciegas cualquier manifiesto de apoyo a Imelda.

Pero se podría ir un poco más allá. Este Gobierno, cuyo presidente ha llegado a calificar como feminista, bien podría trabajar contra condenas tan injustas como la que pende sobre Imelda, equiparándolas a la tortura. No es muy diferente de eso pasar 20 años en una cárcel salvadoreña.

Y al fin y al cabo El Salvador no puede encargar la construcción de ninguna corbeta a astilleros españoles. Hay muchos diplomáticos españoles que conocen bien las duras condiciones que marcan la vida de millones de mujeres en el mundo.

Un Gobierno feminista como el que tenemos no puede permanecer de brazos cruzados ante realidades tan duras. Por supuesto, no se trata de desembarcar tropas en ningún lado, pero sí de hacer gestos con eco.

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