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Columna
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Bancos de Halloween

La culpa del desaguisado del IAJD no es de unos jueces y políticos sibilinos, sino patosos. No están a las órdenes de los bancos, sino desorientados sobre cómo regularlos

Víctor Lapuente
Protesta ante el TSJCV por el fallo del Supremo sobre el impuesto de las hipotecas.
Protesta ante el TSJCV por el fallo del Supremo sobre el impuesto de las hipotecas.Europa Press

Es un cuento de terror que murmuran, en los días de crisis y las noches de Halloween, los viejos de Wall Street. La historia de un país medieval donde los banqueros insolventes eran humillados en público. Sus deudas eran anunciadas por pregoneros en todos los rincones de la nación. Y eran sometidos a una dieta de pan y agua hasta que devolvían los depósitos a sus clientes. Si no cumplían, los prestamistas podían ser ejecutados. Así, un frío día de noviembre de 1360, un banquero fue degollado sobre el mostrador de su negocio. En estricto cumplimiento de la ley.

La historia es real y transcurrió en Barcelona. Y es que, frente a las acusaciones de connivencia entre el poder financiero y el Judicial que se han desatado tras el polémico fallo del Tribunal Supremo sobre las hipotecas, lo que históricamente distingue a España es un rabioso impulso popular, y, a la postre, judicial y político, contra los bancos.

Frente a las declaraciones de tantos políticos y las manifestaciones del sábado, no “gana la banca” ni “pierde la ciudadanía” con la decisión del alto tribunal. Porque, a largo plazo, es irrelevante quién pague el impuesto de actos jurídicos. Da igual que sean los clientes o los bancos. O, incluso, los notarios o constructores. El coste del impuesto repercutirá sobre los clientes, que, si no pagan el impuesto directamente, lo pagarán indirectamente con una hipoteca más cara.

Los prestatarios futuros, como muchos jóvenes castigados por la crisis, habrían sido los principales perjudicados si la justicia hubiera hecho pagar el impuesto a los bancos de forma retroactiva. El ya rácano grifo de los créditos hipotecarios se les hubiera cerrado un poco más.

Los prestatarios actuales están, compresiblemente, molestos. Cuando contrataron sus hipotecas, ninguno contaba con ahorrarse ese impuesto. En octubre les dijeron que no tenían que pagarlo. Es decir, les tocó la lotería. La semana pasada el Supremo les echó un jarro de agua fría y les dijo que el número no estaba premiado. Y es que, con una legislación tan confusa, había razones para que los jueces fallaran en cualquier dirección. Pero la culpa de este desaguisado no es de unos jueces y políticos sibilinos, sino patosos. Que no están a las órdenes de los bancos, sino desorientados sobre cómo regularlos en un país donde los bancos son vistos con tanta suspicacia. Como mínimo, ahora no ruedan cabezas. @VictorLapuente

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