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Columna
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Los tiempos del ciber-desencanto

Quizá las redes sean como la energía eléctrica, valen tanto para calentar una cocina como una silla mortal

Pablo Simón
© GETTY

Plataformas como Facebook o Twitter se están convirtiendo en las vías preferentes por las que accedemos a la información. Normal, por tanto, que afecten a nuestras opiniones políticas. En los debates previos a la gran Recesión las visiones sobre la llegada de las redes sociales solían ser positivas. Si en democracia es fundamental que todos los ciudadanos tengamos una capacidad de influencia parecida, estas plataformas podían ser el instrumento definitivo. Gracias a internet el capital social podría multiplicarse, mejorando nuestra participación en los asuntos públicos y favoreciendo una democracia más horizontal y con ciudadanos más activos.

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Pero eso era antes. Hoy las visiones predominantes sobre las redes son mucho más pesimistas, incidiendo en la polarización social que generan. Dado que los individuos tendemos a interactuar con personas ideológicamente similares, las redes nos estarían fragmentando en pequeñas burbujas, en comunidades cada vez más homogéneas y ciegas a cualquier discrepancia. Es la famosa idea de la cámara de eco: hablamos para escucharnos. Más aún, las redes ayudarían a que posiciones extremas contactaran entre sí, dejando de percibirse como minoritarias y, en último término, ayudándoles a ganar presencia pública.

Con todo, hay investigaciones que hacen de abogadas del diablo. Su premisa de partida es que el consumo de información política en redes es eminentemente social ya que accedemos a los links que comparten amigos y familiares. Sería justamente este carácter social el que nos permite llegar, de manera inadvertida, a opiniones nuevas. Por ejemplo, si nuestra fuente de información fuera solo un periódico offline, veríamos exclusivamente las noticias de aquel medio que nos resulta afín. Sin embargo, gracias a nuestro entorno, en las redes podemos vernos expuestos a noticias de medios que jamás compraríamos en papel, precisamente, porque discrepamos de su línea editorial.

Este hecho, a la postre, podría ampliar nuestro campo de visión. Al fin y al cabo, cuando uno se acerca a otros puntos de vista puede entender la lógica de las posiciones opuestas. Es más, algunos estudios encuentran que, aunque sea verdad que la polarización social ha aumentado, esta ha crecido especialmente entre los colectivos que menos usan las redes y consumen más medios de comunicación convencionales – especialmente la televisión.

Hay pocas dudas de que las redes están transformando la infraestructura de la política. Ahora bien, que la generalización de estas plataformas coincida en el tiempo con el auge de partidos anti-establishment y la polarización partidista tiende a hacerlas el (cómodo) chivo expiatorio. Sin embargo, aún debemos indagar más en sus efectos. Quizá las redes sean como la energía eléctrica, valen tanto para calentar una cocina como una silla mortal, algo que haría que el uso que cada uno le damos a las redes sociales hable, esencialmente, de lo que somos nosotros mismos.

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Sobre la firma

Pablo Simón
(Arnedo, 1985) es profesor de ciencias políticas de la Universidad Carlos III de Madrid. Doctor por la Universitat Pompeu Fabra, ha sido investigador postdoctoral en la Universidad Libre de Bruselas. Está especializado en sistemas de partidos, sistemas electorales, descentralización y participación política de los jóvenes.

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