La humanidad o la vida
Me aterra que algunos políticos usen las instituciones democráticas para dinamitarlas y que haya miles de personas dispuestas a permitirlo


En un artículo de 1974 para Corriere della Sera, Primo Levi, superviviente de Auschwitz, escribía: “Cada tiempo tiene su fascismo: se observan las señales premonitorias allí donde la concentración de poder niega al ciudadano la posibilidad y la capacidad de expresar y ejercer su voluntad. A esto se llega de muchas maneras, no necesariamente por medio del terror de la intimidación policial, sino negando y distorsionando la información, corrompiendo la justicia, paralizando la educación, difundiendo de muchas y sutiles maneras la nostalgia de un mundo en el que el orden reinaba soberano y en el que la seguridad de unos pocos privilegiados descansaba sobre los trabajos forzados y el silencio forzado de muchos”.
No soy, seguramente, la primera que recupera esta cita de Levi en nuestro presente repleto de señales premonitorias como las que nos brindan constantemente Trump, Bolsonaro o esa santísima trinidad de la derecha española (Abascal-Casado-Rivera) que se deja seducir cada vez más por posturas de la ultraderecha. Algunos pensarán que soy alarmista, que lo que estamos viviendo es un vaivén predecible en nuestras democracias, la vuelta inevitable de las derechas después de breves periodos de Gobiernos progresistas. Pensarán que hoy contamos con organismos internacionales (ONU, UE, Tribunal Internacional de Derechos Humanos) que jamás permitirán el retorno de ese pasado al que Levi tanto temía. Pero las señales premonitorias ya están aquí. Algunos ejemplos: Trump ha enviado 15.000 soldados a la frontera mexicana para impedir que la caravana de migrantes centroamericanos cruce la frontera y ha amenazado con internarlos en campos; Bolsonaro, nada más tomar el poder, ha amenazado con acabar con cierta prensa, particularmente con el diario Folha de S. Paulo, su mayor crítico; nuestra trinidad defiende desde la gloria del Imperio español a una reforma del código penal que ilegalice la disidencia (ley mordaza, propuestas para criminalizar el separatismo), restrinja los derechos reproductivos de las mujeres y un largo etcétera.
Me aterra que estos políticos usen las instituciones democráticas para dinamitarlas y que haya miles de personas dispuestas a permitirlo. Vuelvo a Primo Levi. En Si esto es un hombre y Los hundidos y los salvados nos hablan de la maquinaria del mal, de la forma en la que se asumía su normalidad en el Lager, el campo de exterminio nazi, pero también de algo más siniestro y que nos atañe a todos: que el ser humano no es interpretable según el maniqueísmo del bien y el mal absolutos, que el mal extremo del Lager no se produce sólo porque ciertos sujetos suspenden su juicio y obedecen, sino también por la avaricia de vivir, por optimizar la propia vida a cuenta de la de los demás. Así muestra Levi a la masa de gente “buena” que vio en la deriva fascista y nazi la oportunidad de mejorar sus vidas, así interpreta a los que fueron sus víctimas en los campos de concentración y exterminio y que también se convirtieron en verdugos, probando que la condición de víctima no exime de culpa. Levi nos avisa: “Necesitamos saber cómo proteger nuestra alma si una situación similar vuelve a ocurrir”. Y es que somos seres débiles, vulnerables a las promesas de aquellos que ofrecen una vida mejor (Make America —España, Francia, Italia, Brasil— Great Again), pero deberíamos ser muy conscientes de cuánta humanidad estamos dispuestos a entregarles.
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