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Crítica:EL LIBRO DE LA SEMANA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Sobrevivir al infierno

La terrible experiencia de su confinamiento en el campo de concentración de Auschwitz marcó a Primo Levi. Una biografía profundiza ahora en la vida del escritor italiano.

PRIMO LEVI O LA TRAGEDIA DE UN OPTIMISTA

Myriam Anissimov Traducción de Teresa Garín Sanz de Bremond Universidad Complutense. Madrid, 2001 616 páginas. 3.500 pesetas

Levi comprendió cuál había de ser su tarea a partir de entonces: 'Dar testimonio'

El sábado 11 de abril de 1987, hacia las diez de la mañana, el escritor piamontés Primo Levi (Turín, 1919) se suicidaba arrojándose por el hueco de la escalera del domicilio familiar en el que nació y donde había pasado casi toda su vida. Desde hacía algunos meses sufría una fuerte depresión; ante todo, le resultaba insoportable el pensamiento de que su madre, de 92 años y enferma de cáncer, fuera a morir pronto. Aquel superviviente de Auschwitz, conocido en medio mundo por sus libros acerca de su confinamiento y sus reflexiones sobre el holocausto, acababa de confesarle al gran rabino de Roma, Elio Toaff, minutos antes de caer al vacío, que el rostro cadavérico de la anciana le recordaba a los compañeros que, desnutridos y desahuciados, viera yacer moribundos en los camastros del campo de exterminio.

Algunas semanas antes, Levi le había confiado a una buena amiga que el periodo depresivo que atravesaba -hacía poco tiempo, además, que lo habían operado de próstata- le parecía mucho peor que aquel otro de su juventud, transcurrido en manos de los nazis, pues entonces era joven y lo mantenía vivo una infinita capacidad de paciencia y reacción, mientras que ahora, a sus 66 años, carente de fuerzas e ilusiones, le tentaba más el adiós definitivo. Finalmente, nadie supo las razones concretas del suicidio de Levi, ni tampoco si la decisión fue tomada de repente, fruto de un arranque de desesperación, o largamente meditada; aquel gran memorialista no dejó una nota de despedida, ni un apunte que ofreciese una explicación. Se sabe que por aquel entonces solía recordar a menudo el poema de T. S. Eliot El entierro de los muertos, cuyos primeros versos califican al mes de abril como 'the cruelest month' , acaso un indicio de que Levi había elegido premeditadamente la época en que abandonaría un mundo y unas circunstancias que poco a poco habían comenzado a horrorizarle.

La escritora y periodista Myriam Anissimov tampoco aporta una solución definitiva a un enigma para el que, acaso, ni siquiera el mismo Levi habría tenido respuesta. Por su parte, la autora nacida en Suiza se limita a consignar datos y testimonios, dejando que sea el lector quien ate los cabos por sí mismo. A lo largo de esta densa biografía, la primera que se publica sobre el autor piamontés, Anissimov se transforma en portavoz del mismo Levi, aferrándose constantemente a los testimonios que aquél expresó tanto en sus obras como en cantidad de entrevistas y artículos, que aparecen de nuevo en fragmentos sabiamente rastreados. De este modo, rellena huecos y aporta las visiones y los comentarios de quienes conocieron a Levi; todo ello conforma un amplio banco de datos preciosos, tan útiles además para contextualizar las vivencias de cuantos, de una u otra manera, sufrieron el terrible siglo XX europeo. Pero el lector percibe enseguida que aquello que el mismo Levi, de carácter reflexivo y reservado, no refirió nunca sobre sí mismo difícilmente será descubierto por otros. Así, por ejemplo, nada sabemos de sus sentimientos amorosos, sobre los que jamás se manifestó. Anissimov no especula; su trabajo -bien hecho- es ante todo el de una atenta compiladora, y no el de alguien que aventura presupuestos psicológicos, algo que quizá un biógrafo no está obligado a realizar, pero que se echa de menos; habría sido interesante conocer las razones de la autora acerca de por qué califica a Levi con ese discutible y vago 'optimista' del subtítulo.

Anissimov narra con suma viveza y agilidad los acontecimientos externos de una vida humana claramente escindida por la sima insondable que supuso la terrible experiencia del campo de concentración; así, los capítulos dedicados a la reclusión en Auschwitz cobran una proporción muy superior a los demás, pues el mismo Levi consideró siempre que los casi dieciocho meses de internamiento, a sus 24 años, constituyeron el punto culminante de su existencia; el atroz radicalismo de las vivencias de su temporada en el infierno alimentó la materia de reflexión de sus años posteriores, además de ser el acicate que le impulsó a elaborar su magnífica obra.

Seguir, por tanto, la trayectoria de la vida de Levi de la mano de Anissimov es tarea grata y terrible a la vez: los años de juventud, los de internamiento y luego la existencia sedentaria de químico y escritor se nos muestran diáfanos e impregnados siempre de la presencia de esa personalidad afable, admirablemente racional y profundamente humana de quien fue su protagonista. El joven Primo Levi, nacido en el seno de una familia burguesa de origen judío, perfectamente integrada en la sociedad italiana, no había sentido nunca el peso nefasto de su identidad hasta la promulgación en 1938 de las leyes raciales por el Gobierno de Mussolini. El judaísmo suponía para él un elemento levemente molesto: algún pequeño ritual y el hecho de estar circuncidado, algo que le ocasionaba, añadiéndose a su enorme timidez con las chicas, cierto complejo de inferioridad y alguna burla de sus compañeros de estudio, pero poco más. Sin embargo, a partir de dichas leyes, sus orígenes constituyeron un peligro; aunque no con tanto celo como en Alemania, el fascismo persiguió a los judíos: se los expulsó de la administración y tuvieron dificultades para acceder a la universidad. No obstante, Levi pudo obtener su doctorado en química en 1941 y, poco después, trabajar precariamente en una mina de níquel ocultando su verdadero nombre.

En 1943, fue capturado junto con otro grupo de inexpertos partisanos por las milicias fascistas, y al declarar que era judío se le internó en Fossoli, donde ya afrontaban una suerte incierta varios cientos de personas. En febrero de 1944, los ocupantes alemanes de Italia enviaron a Levi, junto a otros 650 judíos -ancianos, mujeres y niños- a Auschwitz: sólo los cinco días que duró el viaje, de cruel hacinamiento en vagones de ganado, constituyeron una cruel pesadilla. La mayor parte del pasaje fue a parar de inmediato a la cámara de gas; a Levi lo encontraron apto para el trabajo y se le permitió seguir viviendo: pasaría casi un año arrojado al infierno del láguer Buna-Monowitz, un enorme complejo químico donde debía producirse gasolina y caucho sintéticos. La firma IG Farben, el poderoso consorcio alemán, lo había construido a fin de beneficiarse de una mano de obra compuesta de esclavos. En 1945, soldados rusos liberaron lo que aún quedaba del campo; el interno número 174.517 se hallaba, tras infinitas penalidades, entre los escasos supervivientes.

Una vez en libertad, andrajoso y hambriento, Levi tuvo que superar una odisea a través de media Europa antes de llegar a Turín; sin embargo, el peligro de muerte había pasado y el mes de viaje supuso para él casi una fiesta; llegó a su ciudad en octubre de 1945. Fue precisamente durante un alto en la ciudad de Múnich, arrasada por las bombas, cuando Levi comprendió cuál había de ser su tarea a partir de entonces: 'Dar testimonio', pues vivir en silencio hubiera significado no alertar a los hombres acerca de los sufrimientos que unos seres humanos habían sido capaces de infligir a otros, y si las nuevas generaciones ignoraban lo que habían hecho sus antecesores, la historia podría volver a repetirse.

Principio de claridad

PRIMO LEVI siempre afirmó que su formación científica le había proporcionado una visión realista de las cosas. En este sentido, sostenía que el buen escritor debería poseer el don de discernir y sopesar los elementos con que trabaja -vivencias, ficciones, caracteres y hechos-, a semejanza del químico que es capaz de separar con habilidad los elementos de un compuesto. Pero, además, su mente debía estar organizada, a fin de expresar los pensamientos con precisión y claridad: cualidades del buen estilo. Consideraba que escribir con hermetismo era defraudar al lector y que un texto tiene más valor y más esperanza de difusión cuanto mejor se entiende y menos se presta a interpretaciones equívocas. Con tales presupuestos abordó la elaboración de tres títulos imprescindibles para comprender la tragedia humana de los campos de exterminio; de su primer libro, Si esto es un hombre (1947), Claudio Magris afirmó que 'volveremos a encontrarlo en el Juicio Final'. En La tregua (1963), relato de corte épico basado en el viaje de regreso a casa tras la liberación de Auschwitz, Levi alcanza la altura de un Melville o un Conrad. Su libro postrero, la magnífica colección de reflexiones Los hundidos y los salvados (1986), es de una lucidez extraordinaria. Ya en el terreno de la ficción, destacan El sistema periódico (1975), una colección de relatos que lanzó a su autor a la fama definitiva, y las novelas La llave estrella (1978) y Si ahora no, ¿cuándo? (1982). Dos poemarios, L'osteria di Brema y Ad ora incerta, no han visto la luz en castellano. Asimismo, el volumen titulado Entrevistas y conversaciones (Península) constituye una introducción extraordinaria para conocer a un autor fundamental de nuestra época.

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