Víctimas colaterales de la reeducación china
La detención masiva de musulmanes uigures en la región de Xinjiang provoca que sus hijos sean internados en orfanatos
En la región noroccidental china de Xinjiang, la población nunca está lejos de un control policial. El hecho de que buena parte de los habitantes de esta provincia desértica pertenezca a la minoría étnica uigur —mayoritariamente musulmana—, sumado a que algunos hayan protagonizado ataques contra chinos de la mayoría han y a que unos pocos apoyen la independencia de lo que denominan Turquestán Oriental, ha provocado una de las mayores oleadas de detenciones masivas de la historia.
Después de haber negado la existencia de los campos de reeducación en los que algunas organizaciones estiman que China ha internado a casi un millón de personas, el pasado octubre el Gobierno reconoció que en estas instalaciones, a las que la prensa extranjera no tiene acceso, “transforma a quienes están influidos por el extremismo”. La cadena oficial CCTV mostró uno de los centros y se esforzó por hacer creer que se trata de una institución moderna que cuenta con todo tipo de comodidades y que “busca dar una segunda oportunidad a quienes se desvían de las normas sociales”. Según este medio, controlado por el Partido Comunista, la mayoría de los internos son pequeños delincuentes a los que se considera vulnerables a caer en el integrismo islamista.
En una entrevista con la agencia Xinhua, el responsable de Antiterrorismo de esta región autónoma, Shohrat Zakir, aseguró que los centros de reeducación buscan prevenir el terrorismo, y añadió que la estrategia está dando resultado: según sus datos, en los últimos 21 meses no se han producido ataques violentos y el número de casos criminales ha caído considerablemente.
No obstante, abundan los testimonios de quienes aseguran que en los campos acaban representantes de todo el espectro de la población uigur, independientemente de su condición o de sus creencias. Y una exhaustiva investigación de la BBC demuestra que tanto edificios ya existentes como grandes complejos de nueva construcción tienen capacidad para albergar a decenas de miles de personas. Sin duda, todo apunta a que son muchas más de las que podrían considerarse peligrosas.
Pero en esta coyuntura hay algo todavía más grave: la infancia se perfila como víctima colateral. Como han denunciado diferentes organizaciones pro derechos humanos y han certificado diferentes testimonios, China está internando en orfanatos a los hijos de quienes son reeducados, en los campos de detención. “Mis cuatro hijos han sido separados de mí y viven como huérfanos”, aseguró a Associated Press una mujer uigur exiliada en Turquía. Sus descendientes, de entre tres y ocho años, que quedaron en Xinjiang al cuidado de su abuela, fueron forzados a ingresar en un orfanato cuando su tía fue detenida y trasladada a uno de los campos. “Es como si estuviesen encarcelados”, denunció la madre, llamada Meripet.
La directora en China de Human Rights Watch, Sophie Richardson, considera “cruel” que las autoridades del país “estén metiendo en instituciones del Estado a los hijos de quienes están detenidos por razones políticas”. Y añade que esta decisión es parte de “un programa gubernamental perverso para separar a los niños túrquicos —en referencia al origen de la etnia— musulmanes de sus familias en nombre de su bienestar”. Porque la definición de huérfano en China es, como en el resto del mundo, la de un niño que ha perdido a sus dos progenitores o, al menos, a uno de ellos. Algo que no se cumple en los casos denunciados.
Mis cuatro hijos han sido separados de mí y viven como huérfanos
Mujer uigur exiliada en Turquía
Desde el Congreso Mundial Uigur, una organización exiliada a la que China tacha de separatista, tanto las detenciones como el internamiento de niños en instituciones en las que son adoctrinados forma parte de un plan mucho más amplio para segar las raíces de los uigures y forzar su asimilación. “Todo lo que nos hace únicos, nuestra lengua, nuestra cultura y nuestra religión está siendo atacado. Nuestra mera existencia se ve como una amenaza para obtener el control absoluto de la región”, afirmó una portavoz de la organización en un vídeo que publicó en Twitter para llamar a una manifestación frente a la sede de Naciones Unidas.
Esa aculturación se aprecia claramente en la ciudad de Kashgar, uno de los puntos más importantes de la antigua Ruta de la Seda y la localidad que concentra mayor número de campos de reeducación. La demolición de su casco antiguo, una maravilla arquitectónica, con la excusa de adecuar las construcciones de adobe a las normativas de seguridad y el objetivo de propiciar la gentrificación de un barrio con gran potencial turístico, se considera como el ejemplo más visible de la progresiva aculturación uigur. La presencia constante de efectivos de la Policía y del Ejército armados hasta los dientes también se percibe como un elemento de represión dirigido exclusivamente a la población uigur.
Además, diferentes familias entrevistadas por EL PAÍS reconocen que sus hijos reciben en la escuela un trato diferente, que se sienten discriminados frente a los han, y que tienen menos oportunidades tanto en el mundo académico como en el laboral. “Hablar en nuestra lengua no está prohibido, pero lo único que se promueve es el chino mandarín. Apenas hay profesores uigures, y los han siempre reciben mejor trato”, critica una madre de dos niños que prefiere mantenerse en el anonimato.
Hablar con un periodista extranjero puede acarrear consecuencias desagradables, y en el estado policial perfecto que ha construido China gracias a la tecnología, nadie escapa al Gran Hermano que crean los millones de cámaras de seguridad repartidos por todo el país. Su presencia se percibe en cada esquina. “Hacemos todo lo posible por proteger a nuestros hijos y que crezcan sin perder sus raíces, pero es complicado”, asegura la mujer.
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