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Columna
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Osos y centralismo

Desde hace años, Valladolid es la única provincia de las nueve de Castilla y León que crece en términos demográficos y económicos

Julio Llamazares
Valladolid, plaza Mayor.
Valladolid, plaza Mayor. Santi Burgos

La descentralización del poder fue el principal argumento que se dio para la creación de las autonomías, que suponía un cambio sustancial en una concepción centralista del Estado que los españoles copiamos de los franceses pero que acentuamos por nuestra cuenta tras siglos de monarquías absolutistas y dictaduras. El resultado de esa descentralización, teniendo aspectos positivos, no solo no ha servido, sin embargo, para resolver los conflictos territoriales históricos, como la realidad política nos demuestra, sino que ni siquiera ha aligerado el centralismo de Madrid, que es la comunidad que más crece. Y, por si fuera poco, a la vez ha creado otros centralismos que, a imagen y semejanza del de la capital, se han erigido en madrides en pequeño, perjudicando al resto de las provincias y las ciudades bajo su capitalidad. Zaragoza, Valencia, Sevilla, Palma de Mallorca o la misma Barcelona se han convertido de esa manera en lo que criticaban de Madrid, concentrando en ellas todo el poder transferido por el Estado central y el poco que tenían las provincias antes del nuevo modelo autonómico.

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¿Cuál es el problema?

Hay grados en esa concentración del poder, pero donde más se acentúa curiosamente es en las autonomías más pobres, esas que resultaron de los sobrantes de la configuración de las otras, como es el caso de las dos Castillas. Tanto Toledo como Valladolid acumulan todo el poder transferido salvo excepciones más pintorescas que efectivas, relegando al resto de las provincias a un ostracismo que amenaza con dejarlas despobladas y en los huesos, como los datos también demuestran desde hace tiempo. En Castilla y León, por ejemplo, prácticamente todas las instituciones públicas tienen su sede en Valladolid, lo que ha concentrado en esa ciudad la actividad económica, social y hasta cultural de la autonomía, como ocurre a escala nacional con Madrid. Y ello en una comunidad que, por ser la suma de dos regiones precedentes, Castilla la Vieja (o lo que quedó de ella) y León, constituye la más numerosa en provincias y la más extensa de toda Europa.

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Los ejemplos del centralismo vallisoletano son infinitos y hasta chocarreros (la Orquesta Sinfónica de Castilla y León, con sede en Valladolid, cómo no, no viaja al resto de las provincias, siendo los aficionados de estas los que han de desplazarse a la capital para poder disfrutarla, algunos desde 200 kilómetros), pero el último que he conocido ilustra como muy pocos esa realidad: teniendo León una de las más antiguas y prestigiosas Facultades de Veterinaria de España, cuando, como esta semana, aparece el cadáver de un oso en las montañas leonesas (junto con las de Asturias, su último gran reducto), se lo traslada a Valladolid para hacerle las pruebas forenses para determinar la causa de la muerte. Algo que, lógicamente, ha molestado mucho a los leoneses, que a la discriminación que comparten con el resto de las provincias de la autonomía respecto de la capital suman el sentimiento de agravio de haber sido la única región histórica del país a la que se le negó la posibilidad de tener una propia.

Para quien esté pensando que la historia del oso es anecdótica le daré un par de datos que le harán entender las cosas mejor: desde hace años, Valladolid es la única provincia de las nueve de Castilla y León que crece en términos demográficos y económicos (todas las demás descienden) y, según la última encuesta de la EPA —que apenas se diferencia de las anteriores—, del total de los puestos de trabajo creados en el último trimestre en la autonomía el 70% lo han sido en Valladolid.

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