¿Iguales?
Reclamamos igualdad. Me gustaría pensar que no nos creemos las únicas merecedoras. Que no somos versiones vaginales de lo mismo que detestamos
Esto pasó hace tiempo. A través de un sitio web, un hombre cuadraba una cita con sus víctimas, las sedaba y las desvalijaba hasta los huesos. La policía allanó su casa en la provincia de Buenos Aires. Encontraron cientos de relojes, anteojos, perfumes, computadoras, teléfonos, dinero y dos autos, todo robado. Lo detuvieron. En un noticiero entrevistaron al comisario que participó en el operativo. La conductora le preguntó si el hombre mostraba en el sitio web su foto verdadera o una falsa, “distinta”. “Distinta”, dijo el comisario, divertido. “A ver, cuénteme —dijo la conductora, pícara—. ¿Se presentaba con unos pectorales muy formados…?”. “Una persona bien formada, ja, ja”, respondió el comisario. “Bien dotada”, agregó ella, traviesa, mientras la cámara mostraba los objetos robados junto a carteles que decían “Secuestro”. La conductora preguntó cuántas eran las víctimas del hombre. “Tenemos dos denuncias, pero creemos que hay muchas más. Ahora, al ver las pertenencias por televisión, a lo mejor se acercan”, dijo el comisario. “Claro, pero hay que ver si quieren. Porque hay que animarse a reclamar esto, ¿eh?”, dijo la conductora, burlona. ¿Por qué dos personas se ríen de las víctimas con gran soltura? ¿Por qué se burlan de la humillación, el engaño y la estafa? Porque las víctimas del susodicho eran hombres. Son tiempos precámbricos: hay víctimas que nos gustan y otras que no. Víctimas que nos parecen buenas (señoritas virginales) y otras que no (señoritas no virginales, travestis, varones gais). Hay víctimas, parece, que se lo tienen merecido. Si las sedadas, estafadas y robadas hubieran sido mujeres, la entrevista hubiera tenido un tono de rígida angustia, de vibrante indignación. Reclamamos igualdad. Me gustaría pensar que no nos creemos las únicas merecedoras. Que no somos versiones vaginales de lo mismo que detestamos.
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