Dries Van Noten: “La alfombra roja no tiene nada que ver con la realidad”
Viajamos al cuartel general en Amberes del Diseñador del Año ICON y nos habla de moda, política y, por primera vez, sobre su alianza con Puig, el gigante español del lujo
El pasado junio Dries Van Noten (Amberes, 1958) le dio un susto a sus seguidores. El último de los diseñadores independientes, el hombre al que acudir cuando uno busca prendas hechas con sensibilidad y no vocación de estatus, había decidido aliarse a un gran grupo empresarial. “Algunos periodistas me describieron como el último Mohicano, dijeron que había roto los sueños de los estudiantes de moda”, suspira. El grupo en cuestión es el gigante español Puig, nuevo socio mayoritario, pero Van Noten permanece como director creativo y presidente del Consejo. “He demostrado durante 32 años que se puede tener éxito y ser independiente en este negocio, y ahora nos toca a Puig y a mí probar que también es posible encontrar un buen socio cuando llega el momento”.
“He demostrado durante 32 años que se puede tener éxito y ser independiente en este negocio, y ahora nos toca a Puig y a mí probar que también es posible encontrar un buen socio cuando llega el momento”
El belga (Diseñador del Año ICON) es uno de aquellos Seis de Amberes que irrumpieron en la moda en 1986. Comparado con los monos de vinilo con erecciones de Walter Van Beirendonck, los vaqueros bañados en pintura de Martin Margiela y otros extremos conceptuales de sus compañeros de generación, “tal vez yo era el más tranquilo”, dice este hijo y nieto de comerciantes de ropa de hombre. Pero tampoco se comporta como el típico líder de una multinacional del lujo. Dries Van Noten no hace publicidad. Sus tiendas son como la casa de alguien a quien te encantaría conocer y sus colecciones, con las dosis justas de color, sastrería y folclore multicultural, provocan un efecto parecido en quien las lleva. Sus admiradores lo llaman Dries. Lo que sienten (¿sentimos?) hacia él es lo más cercano que existe en la moda a la palabra lealtad.
¿Qué mensaje cree que lanza al mercado y a sus clientes la alianza con Puig? Yo, como cualquiera, no rejuvenezco. Así que tenía que buscar un futuro para la compañía. Necesitábamos un socio para sostenernos, empujarnos y acompañarnos en los siguientes pasos: desembarcar en China, abrir algunas tiendas y ayudarnos con aspectos de la producción para los que ser independientes tiene sus limitaciones.
¿Cómo cuáles? A veces, los precios. Quiero mantener su ética. Una chaqueta puede ser muy cara, pero una camiseta tiene que costar lo que una camiseta, sé cuándo es demasiado cara. Toda la ropa que ves en mis desfiles se produce, y los mínimos de nuestros proveedores son muy altos, por lo que a veces algunas prendas tienen precios desproporcionados. Ahora podremos tener más tiendas, desarrollar el comercio online, aumentar ventas y pedir un volumen que permita ajustar el precio.
Muchos se han tomado este paso como el final. Quienes piensan así es que no confían en mí. Creo que puedo estar orgulloso de lo que he conseguido. Cuando tomo una decisión así lo hago con sumo cuidado. Puig es una empresa familiar, aunque sea muy grande. Tercera generación, como nosotros. Y respeta la individualidad de sus diseñadores. Era vital que, si encontrábamos un socio, pudiéramos mantener lo que funciona de nuestra forma de trabajar. No quería a alguien que me metiera en una cuadrícula, en una serie de dinámicas adquiridas: precolecciones, etcétera. Para mí, la opción estuvo clara rápidamente. Nuestra marca ha cambiado siempre, y con Puig esto podrá seguir ocurriendo. No imponen nada.
¿Qué piensa del desembarco de diseñadores de moda urbana en el lujo? Yo siempre he hecho prendas fáciles para la vida diaria. Ya al principio introduje parcas de seda. Ahora se ha ido al extremo, y a mí no me gustan los extremos. Es importante tener cazadoras y sudaderas pero no puedes olvidarte de cómo hacer un traje en un buen tejido inglés.
Alguien dijo que el ‘streetwear’ tiene tanto éxito porque es ropa fácil de entender. Los hombres no están tan interesados en la moda como en la ropa, y la ropa de hombre se compone de códigos. De cierta zapatilla, de cierto vaquero. Tiene que haber realidad, un punto de apoyo. Por ejemplo: en el desfile de esta temporada, de las trencas con estampado marmolado, las que mejor se han vendido son las que parecen de camuflaje, lo cual tiene sentido porque la trenca es una prenda con aire militar. No son las más excitantes pero, bien mirado, ¡no está nada mal cubrir a un hombre en un estampado marmóreo!
¿Puede ser que hoy vistamos más a la moda pero con menos personalidad? La moda masculina hoy tiene más personalidad, y los hombres están más abiertos a correr riesgos. De hecho, los chicos jóvenes van mejor que las chicas. Respecto a las reglas de vestir bien… La alfombra roja, por ejemplo, no tiene nada que ver con la realidad. Tampoco con la moda. Cuando ves esas caras y esos pelos artificiales te das cuenta de que se han convertido en un estilo en sí mismo. Pasa lo mismo con la industria de la música, que debería ser el público de la moda, pero con frecuencia no lo es. Así que por un lado tienes la moda, por otro, la vida real, y luego un tercer plano, donde están los músicos y las estrellas de cine en la alfombra roja. Es interesante.
Se dan fenómenos como que los jóvenes políticos ultraderechistas visten presuntamente a la moda, con cortes actuales, pero su agenda es totalmente reaccionaria. El poder de la moda es crear imágenes. Puede proyectar tu mejor yo, pero también sirve para esconderte o para dar una impresión errónea.
Sé que no cree en los eslóganes ni en la moda como estandarte político, pero ¿cómo cree que la moda debe reaccionar al entorno? El entorno es la realidad, y no me gusta que se use la realidad como truco comercial. La moda y la ecología no se llevan muy bien, desgraciadamente. Para mí, no tiene sentido comprar algodón ecológico que viene de no sé qué país y que me lo mandan por mensajería internacional. Sé que la peletería es cruel con los animales, nosotros ya no la usamos, pero no sé si hacer peletería falsa no es más contaminante, porque es todo sintético, teñido. Nosotros intentamos hacer prendas duraderas y de calidad. Tenemos un ritmo de producción lento. No sé si somos más ecológicos, pero hacemos moda más honesta que otras casas.
Su marca es todo un universo. ¿Es usted más viajero o más lector? Viajo en mi cabeza. No necesito ir a México para imaginar una colección colorida. Hoy en día puedes descubrir cualquier cosa con tu portátil. Cuando viajas te imbuyes tanto del país que es muy posible que empieces a copiar. Demasiada información. Prefiero una foto de México de un buen artista contemporáneo, o un detalle de una manga y soñar con la persona a la que pertenece, antes que ver la imagen de cinco mexicanos vestidos con su ropa tradicional.
A este respecto, ¿qué opina del debate sobre la apropiación cultural? Tengo muchas dificultades con eso. Es tan bonito que el mundo se haya convertido en un solo planeta gracias a Internet, y ahora hay gente que lo quiere volver a hacer pequeño. Me gusta el aceite de oliva, me gusta ir a restaurantes japoneses, me gusta ver un kimono magnífico y considerar utilizar la técnica del shiburi en mi colección. No es que me quiera apropiar de ello. Lo quiero respetar, admirar y utilizar para crear otras cosas. Un músico belga, entonces, ¿no puede usar tambores africanos? Es un poco estrecho de miras.
Supongo que el debate afecta sobre todo a compañías muy grandes. El último invierno hicimos una colección sobre clichés del armario masculino: los jerséis fair isle escoceses o los de llamas, de Perú. Subimos fotos de este último y empezaron a criticarnos. ¡Es un jersey de llamas! ¡Déjaselo a los peruanos!
Ya. Cuando es un arquetipo. Exacto, ¡es un arquetipo! También había raya diplomática, que no sé quién la inventó. ¿Tampoco puedo utilizar raya diplomática ya?
¿No es la hora, quizás, de usar las referencias de forma distinta? ¿De ser más informativo? Yo no sé cómo es usted, pero cuando voy a un restaurante no me hace falta saber que el aceite viene de alguna parte de La Toscana y el pescado de tal puerto. Al final se trata de si el plato es bueno, si tiene algo sorprendente, o reconfortante, según te apetezca. Lo mismo con la moda.
Leí que cuando diseña piensa en cinco tipos de mujer. ¿Hace igual con los hombres? Pronto decidí no diseñar para mí. Si haces eso tu clientela envejece contigo, y no quieres que tu ropa solo guste a hombres de 55 o 60 años. Pienso en diferentes edades, estilos y tipos de cuerpo.
La marca está en muy buen momento. Estoy muy contento. Pero ha sido cíclico. Hay épocas que eres más relevante que otras. Hemos crecido en momentos que no tocaba. En medio del minimalismo de los noventa, cuando todo era negro o gris, hicimos una colección de colores ácidos. Éramos los únicos, y vendió muy bien.
¿Siempre ha estado usted solo en la empresa? Christine Mathys me ayudó a montarla en 1986. Fue muy difícil cuando murió, en 1997. Eran tiempos de grandes cambios en la moda y me planteé dejarlo. Pero Patrick, mi pareja, que también trabaja en la compañía, me animó a continuar. Llevamos 33 años juntos.
¿Ha pensado qué quiere que pase con la marca el día que se retire? La buena noticia es que ha desaparecido la presión de retirarme. Saber que no tenía salida suponía mucha presión. Ahora sé que hay un futuro para mi equipo y para mis proveedores, porque hay una estructura y no solo dependen de mí. Eso me dará un subidón de creatividad. No digo que quiera diseñar hasta los 85, como Karl Lagerfeld, pero me gusta mucho lo que hago, y creo que se ve en las colecciones.
¿Qué le hace más feliz dejar de hacer? Nada ha cambiado aún. Vamos con calma. Tampoco quiero ir muy lento, pero sin presión. El plan no es doblar los ingresos en dos años. Podemos ver dónde queremos ir de manera sana. Con respeto por el pasado, pero mirando al futuro.
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