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Acento
El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La espada, la balanza y las cartas del Tarot

En el imaginario colectivo es bueno que un juez sea una persona fría, sin aficiones, ni gustos conocidos

Jorge Marirrodriga
Apertura del año judicial.
Apertura del año judicial.Jaime Villanueva

Este periódico, en su sección España, informaba esta semana de que el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) ha decidido no sancionar a una jueza de Vigilancia Penitenciaria que tenía una actividad [HY0]por la que cobraba[/HY0] al margen de su profesión. La magistrada leía el futuro (o eso aseguraba) mediante las cartas del Tarot. En las octavillas en las que se anunciaba, se presenta como una “tarotista y vidente con gran experiencia” que echa las cartas “sin límite de tiempo” al precio de 20 euros. El expediente disciplinario ha sido archivado porque la prueba presentada es una grabación con cámara oculta en el domicilio de la jueza. Se considera una prueba ilicita. El sentido común añade que a 20 euros la consulta y sin límite de tiempo muy lucrativo no debía ser el negocio.

En el imaginario colectivo es bueno que un juez sea una persona fría, sin aficiones, ni gustos conocidos. Cuanta menos injerencia externa se le conozca más imparcialidad se le supone. Si un juez va al fútbol, malo y si veranea en la playa, peor. La imagen que nos sirven los informativos en las grabaciones de los procesos reflejan a unas señoras y unos señores lacónicos y a menudo cortantes. Luego, por supuesto, cada uno tiene su opinión y querencia, pero eso ya no sale en la tele. Y a veces es mejor que no lo haga como se comprobado hace unas semanas cuando tras acabar una vista —pero con la grabadora todavía en marcha— un juez llamaba “bicho” e “hija de puta” a una de las partes. Naturalmente a sus espaldas.

Es curioso porque las decisiones de quienes administran la justicia están sometidas al escrutinio publico pero en general preferimos que sus personas no lo sean tanto. Al fin y al cabo encarnan un concepto representado como una mujer con los ojos vendados, una balanza y una espada y, aunque digamos lo contrario, preferimos la frialdad impersonal de la ley a descubrir que en un platillo de la balanza se han quedado olvidadas unas cartas del Tarot.

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Por cierto, la magistrada pitonisa ya vivió un episodio similar con otra actividad. Aquello también quedó en nada porque demostró que no cobraba y lo hacía como hobby. Bailaba de vez en cuando en el club de strip-tease de un amigo. Eso sí que es someterse al escrutinio público.

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Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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