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EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los dos lados de la historia

La utilización de superlativos cuando se habla del pasado entraña muchos peligros

Guillermo Altares
Inscripción que ha permitido volver a datar la destrucción de Pompeya.
Inscripción que ha permitido volver a datar la destrucción de Pompeya.CIRO FUSCO (EFE)

Un veterano periodista decía que se debe tener mucho cuidado con los superlativos, que escribir “la ciudad más grande del mundo” o “el peor desastre natural” entraña muchos peligros porque las cifras bailan y la realidad es mucho más escurridiza, compleja y variable de lo que podemos pensar. Además, evitar los superlativos es una forma de humildad, de reconocer los límites del conocimiento. Cuando nos referimos a la historia esto es especialmente cierto, porque si algo cambia es el pasado.

Esta semana, gracias a la aparición de una inscripción, se ha confirmado que la erupción de Pompeya no tuvo lugar el 24 de agosto, como dejó escrito Plinio el Joven, sino que se produjo más tarde, en otoño. Numerosos indicios apuntaban en este sentido, como la aparición de frutas propias de esa estación o la ropa de abrigo que vestían las víctimas, pero hasta ahora no se había encontrado ninguna prueba. Esto va a obligar a cambiar los libros de historia... una vez más.

Si alguien además tuviese la peregrina idea de hablar, por ejemplo, del mayor hito de la historia de la humanidad sería sensato no solo tener en cuenta la dificultad de someter la historia a una gradación de este tipo, sino que hito no es un concepto necesariamente positivo porque los grandes acontecimientos históricos suelen tener dos caras. Por ejemplo, es evidente que la destrucción de Cartago representó un hito para el dominio del Mediterráneo por parte de Roma y para la construcción de su imperio. Pero, claro, desde el punto de vista cartaginés fue un desastre que aniquiló su civilización.

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Lo mismo podría decirse de la llegada de los británicos a Australia en 1770 (es curioso, pero los ingleses también descubrieron un continente). Para Inglaterra no representó gran cosa, de hecho, tenían tan poco claro qué hacer con el nuevo mundo que lo convirtieron en una cárcel. Para los aborígenes australianos, que habían llegado allí hace 60.000 años y que estaban solos desde entonces (el Homo sapiens alcanzó Australia mucho antes que Europa) fue una catástrofe sin paliativos, ya que pasaron de ser los dueños de la tierra a ser asesinados en masa y esclavizados. La historia debe ser leída como un mundo variable, y, sobre todo, teniendo en cuenta que siempre va a existir otro punto de vista tan verdadero como el nuestro.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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