_
_
_
_
COLUMNA
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Sánchez, el okupa

Esa K no existía en la Segunda República pero sí el significado que hoy la asiste como insulto

Elvira Lindo
Los Reyes presiden el desfile del 12 de octubre, en el paseo de la Castellana. El presidente del gobierno, Pedro Sanchez y la ministra de defensa, Margarita Robles.
Los Reyes presiden el desfile del 12 de octubre, en el paseo de la Castellana. El presidente del gobierno, Pedro Sanchez y la ministra de defensa, Margarita Robles. © Samuel Sánchez

Pues bien, se procede al besamanos de rigor y el presidente Sánchez y su esposa, Begoña Gómez, permanecen junto a los Reyes para dar la bienvenida a los invitados. Un error de protocolo. Los errores de protocolo deben atribuirse a los que durante los actos oficiales han de estar al tanto de que todo transcurra según esas normas escritas que casi nadie ha leído ni sabe hasta que se ve en situación. Si ese error se hubiera cometido en los años de esa Transición que estos actuales entusiastas del protocolo dicen venerar, sospecho que todo hubiera acabado en risas, en anécdota, y que el propio rey Juan Carlos, sí, él, hubiera salido del engorroso asunto con una broma. Había un mayor espacio para la naturalidad.

De pronto, oh, somos un país de expertos en protocolo. Sobre todo, cuando se trata de afear el error de un presidente de izquierdas. Ya durante el desfile se había respirado el clamor de desafección: se escucharon gritos de okupa. Algo ciertamente punki para un desfile militar. Para las personas que vociferaban ser un okupa es sinónimo de delincuente peligroso. Más allá de que no comparto en absoluto la criminalización del término, lo que querían los asistentes que llegara a oídos de Sánchez es que está okupando el sillón de manera ilegal. Se podría pensar que es porque en esta ocasión en concreto un socialista okupa La Moncloa tras una exitosa moción de censura, que por otra parte es un procedimiento irreprochablemente democrático, pero no. El rechazo es más profundo y visceral. Al igual que en Toma el dinero y corre, cuando la chica pretende explicarle a Woody Allen por qué lo deja tirado, yo le diría a Sánchez: no les gustas, te detestan, no pararán hasta desalojarte, pero no te lo tomes como algo personal. Y no lo es. Esta inquina responde a una vieja tradición de la derecha española, la de creer que mientras ellos ocupan legítimamente el poder, la izquierda lo okupa. Esa K no existía en la Segunda República pero sí el significado que hoy la asiste como insulto. Solo hay que leer a Arturo Barea en La forja de un rebelde para observar lo antiguas que son las dificultades históricas que ha tenido la derecha a la hora de aceptar el verse relegada a la oposición. A Sánchez le atribuyen falta de categoría, de clase, ambición desmedida, pero no era menos insultante lo que le gritaban a Manuel Azaña.

Los mismos que señalan ferozmente indignados una metedura de pata en el protocolo comprenden y alientan, en cambio, que el público asistente a un desfile militar —que ellos tienen por solemne— se salte a la torera la formalidad del momento insultando con rabia al presidente. Persiste un clasismo visceral que alimenta la idea de que el poder siempre ha de estar en manos de quien nazca sabiendo cómo ha de colocarse en un besamanos. Otra pregunta que cabría hacerse es quién compone el público que asiste cada año a ese desfile para montar la bronca si el presidente no es de los suyos. Son españoles, desde luego, pero no de la misma manera en que lo soy yo, y me niego a que persista la idea de que son los guardianes de la esencia de una ciudadanía que entendemos de manera opuesta.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

De alguna manera, a los ciudadanos que no comulgamos con sus ideas —y aquí el verbo comulgar conjuga de perlas— nos tratan también como okupas.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_