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EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

No hay un país, solo una guerra

Afganistán ha sido engullido por un conflicto interminable, que sigue costando la vida a miles de civiles

Guillermo Altares
Vehículos militares tras un ataque talibán en Sayeed Abad, en imágenes tomadas de un vídeo.
Vehículos militares tras un ataque talibán en Sayeed Abad, en imágenes tomadas de un vídeo.REUTERS

Michael Herr, el gran reportero estadounidense de los setenta, relata en su libro Despachos de guerraque cuando contemplaba el mapa de Vietnam que cubría una pared de su habitación de Saigón pensaba: “Desde hacía años allí no había ningún país, solo una guerra”. Algo parecido podría decirse de Afganistán. Esta semana se cumplieron 17 años desde que los primeros soldados de EE UU llegaron a un país dominado por los talibanes. Fue la respuesta militar a los ataques del 11-S de 2001, pero ahora alguien nacido después de los atentados podría, en teoría, alistarse y combatir en Afganistán. Bin Laden ha muerto, sin embargo, los talibanes siguen ahí, dominando cada vez más territorio y mostrando su fuerza cuando quieren.

Y se trata solo del último conflicto, porque en realidad lleva en guerra desde 1978. En diciembre de aquel año el Gobierno filosocialista de la entonces República Democrática de Afganistán firmó con la URSS un Tratado de Amistad, Buena Vecindad y Cooperación, que justificaría la invasión del país, uno de los mayores desastres militares de la segunda mitad del siglo XX, sin el que es difícil entender la desintegración de la Unión Soviética. Desde los tiempos de Alejandro Magno, Afganistán se ha tragado imperios, pero sobre todo se ha tragado a sí mismo. Porque las víctimas de esta guerra siguen multiplicándose: el 7 de octubre, cuando se cumplió el aniversario, fallecieron 54 civiles en 24 horas. Un cálculo de la ONU señala que entre enero y septiembre han muerto 2.798 civiles y han resultado heridos 5.252 por ataques de los dos bandos. Teniendo en cuenta que gran parte del país está fuera del alcance occidental, se trata además de un cálculo optimista.

Los talibanes (y el ISIS) están por todos lados, confundidos con el paisaje, pero de repente aparecen en masa en un ataque, como ocurrió en Ghazni en agosto. Se trata de una situación que recuerda a aquel momento de Fort Apache cuando un oficial novato dice: “He visto unos apaches”. Y los veteranos le responden: “Si los vio no eran apaches”. La solución militar parece imposible a estas alturas, pero la retirada dejaría el territorio a merced de los fanáticos. Ocurra lo que ocurra, solo hay un perdedor de esta guerra interminable: la población civil de un país arrasado.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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