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Columna
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Palabras como pedradas

En Twitter no caben los matices: es la mejor corriente para que fluyan los pensamientos simples

Elvira Lindo
© Getty

 Si algo ha conseguido la ley mordaza es que el debate sobre la libertad de expresión no alce en nuestro país el vuelo. La intervención de la justicia dilucidando si es o no delito la blasfemia o el exabrupto contra creencias e instituciones del Estado pervierte el fondo de un asunto que merecería una reflexión cuidadosa. Los enredos judiciales solo nos conducen a extremos adolescentes, como llenar páginas de prensa con los consabidos “me cago en Dios”, para defender a un actor que así se expresó. Lo urgente, por tanto, sería derogar esa ley para que empezáramos a considerar en serio si el lenguaje contribuye a esta ola de fascismo de nuevo cuño.

En estos días se ha condenado a un año de cárcel a un tipo que escribió el siguiente tuit: “El asesinato de Lorca está justificado desde el minuto uno por maricón. He dicho”. Es tal la confusión sobre el asunto que hay quien ha equiparado, en pro de la libertad de expresión, el derecho al insulto a las ideas con un comentario injurioso dedicado a una persona en concreto, en cuyo asesinato es difícil discernir cuál es la razón que pesó más, si su compromiso político, el resentimiento contra el éxito o la homosexualidad. Tal vez fuera la confluencia de los tres factores, pero desde luego hay testimonios, recogidos por Agustín Penón en los cincuenta, del regocijo que mostraban los asesinos por haberle dado su merecido a un maricón, como así lo llamaban ellos y el tuitero. El asunto es que mientras las creencias se eligen, ser homosexual no es una elección, y son muchos los seres humanos que ahora mismo son encarcelados, asesinados o denigrados por querer vivir según su legítima naturaleza. La cuestión no es banal: si Lorca merecía su asesinato desde el minuto uno por ser como era, cualquiera de las personas que comparta su condición está reclamando el mismo final. Dice el tuitero que no era un comentario homófobo, solo antipoético. Lástima, en Twitter no caben los matices: es la mejor corriente para que fluyan los pensamientos simples. Bolsonaro o Trump no precisan de más caracteres para expresar la homofobia o la misoginia.

Tampoco está de más que comencemos a tomar conciencia de que las palabras también agreden. Lo certifican ya estudios psicológicos que miden cuánto es el sufrimiento que puede experimentar una persona al ser denigrada por cualquiera que sea su condición. En Una educación, el extraordinario testimonio de Tara Westover, donde cuenta su infancia en una granja de Idaho bajo el yugo de un padre mormón que la mantuvo al margen de cualquier tipo de formación escolar para que no fuera pervertida por el sistema, hay una escena que me impactó: los hijos trabajan como esclavos en el taller de desguace paterno; al limpiarse el sudor con las manos, la chavala se llena la cara de grasa. Su hermano, un joven violento, se mofa de ella y la llama nigger. Ella no conoce el significado de ese insulto hasta que, liberándose del yugo paterno, asiste a la universidad. Será allí donde se enterará de que existieron Rosa Parks, Luther King, la esclavitud, la segregación y esa infecta palabra que definía a los negros como esclavos. Cuando regresa a casa por Navidad y su hermano vuelve a insultarla de igual forma percibe el alcance de su desprecio. Ha aprendido que las palabras tienen peso e historia. Algo que a menudo ignoramos nosotros, en estas horas altas para la agresión y bajas para la búsqueda de la verdad.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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