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Tribuna
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La derrota del general

La dictadura chilena intentó en 1988 a través de un plebiscito perpetuar al general Pinochet en la presidencia de la República. El ‘no’ en aquella consulta supuso el inicio de la transición a la democracia

El 5 de octubre de 1988 se produjo la derrota del proyecto político de la dictadura chilena, como consecuencia del triunfo del no en el plebiscito convocado con el fin de perpetuar al general Pinochet en la presidencia de la República. El no supuso el inicio de la transición a la democracia.

El golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 contra el régimen democrático, presidido por Salvador Allende, dio paso a una dictadura, encabezada por Augusto Pinochet. El proyecto político totalitario se concretó en un régimen de naturaleza autoritaria, con una fuerte identidad represiva y una continuada violación de los derechos humanos. El nuevo régimen impuso a “golpe de bayoneta” el modelo económico neoliberal.

Unos de los objetivos de la dictadura en Chile fue lograr una plena institucionalización del régimen. En 1980 fue impuesta una Constitución no democrática, tras un fraudulento plebiscito, que establecía un periodo de ocho años (1981 y 1989) en el cual el general Pinochet ocuparía la presidencia de la República y la Comandancia en jefe del Ejército. En esos años se debía de convocar un plebiscito para que los chilenos se pronunciaran a favor o en contra del candidato, designado por la cúpula militar de la dictadura, para que ocupara el cargo de presidente de la República durante otros ochos años. Este era el plan del régimen que fracasó.

Para la oposición era clave una gran movilización en torno a la inscripción en los registros electorales

La oposición, duramente castigada por la represión, se fue reconstruyendo a partir de 1980 y planteó una estrategia rupturista con el objetivo de acabar con la dictadura. Entre 1983 y 1986 se extendió la movilización social (Protestas Nacionales) y se incrementó la lucha armada, lo que llevó a pensar en una posible derrota del régimen. Partidos políticos, fundamentalmente de la izquierda, y movimientos sociales encabezaron las protestas, que fueron duramente reprimidas: entre mayo de 1983 y julio de 1986 murieron hasta 142 personas en las movilizaciones. Se trataba de conseguir la “democracia ahora”, estableciendo un Gobierno provisional y una asamblea constituyente, es decir una ruptura.

Aunque Estados Unidos estaba cada vez más alejado de la dictadura pinochetista, se mostró muy preocupado por la extensión y fuerza de las movilizaciones, al igual que la Democracia Cristiana, que temía ser desbordada y rechazaba el protagonismo de los comunistas. En 1986 (el año decisivo) se intentó acabar con la dictadura, pero dos hechos frenaron dicha posibilidad: por un lado, el descubrimiento de un arsenal de armas en Carrizal Bajo, perteneciente al Frente Patriótico Manuel Rodríguez, brazo armado del Partido Comunista; y por otro el atentado frustrado contra el general Pinochet.

Un año antes se había planteado un cambio de estrategia de la oposición no comunista, concretado en el Acuerdo para la Transición a la plena Democracia (1985). En él se decidió abandonar la movilización e iniciar la vía reformista, participando en el plebiscito, con el objetivo de “convertir la mayoría social en mayoría política”. La Democracia Cristina tenía que hacer olvidar el haber apoyado una parte de sus dirigentes (Eduardo Frei Montalva, Patricio Aylwin…) el golpe de Estado, optando por el camino reformista. Los socialistas abandonaron su tradicional alianza con los comunistas. El sector encabezado por Ricardo Núñez y Ricardo Lagos, con el apoyo de la Internacional Socialista, al que se sumó posteriormente el histórico dirigente Clodomiro Almeyda, decidió alejarse de la estrategia rupturista y apostar por el reformismo. Se trataba de aceptar la legalidad autoritaria con el objetivo de cambiarla.

Los partidos políticos procedieron a reorganizarse y posicionarse ante el futuro plebiscito. La derecha, tanto la pinochetista (Unión Democrática Independiente) como la tradicional, se decantó a favor del candidato oficial. La Democracia Cristiana tomó la iniciativa de la oposición asumiendo Aylwin el liderazgo. En febrero de 1988 se creó la Concertación de Partidos por el No, formado por más de una docena de organizaciones políticas a las que se sumaron organizaciones sociales.

Treinta años después muchos ciudadanos se manifiestan decepcionados por no haber logrado todas sus aspiraciones

Para la oposición el tema clave era conseguir una gran movilización en torno a la inscripción en los registros electorales, así conseguía hacer propaganda por el no y movilizar a sus partidarios, captar apoyos, politizar a la sociedad, para vencer el miedo y la resistencia de los sectores indecisos, y asegurar el reconocimiento de la victoria, si esta se producía. Un mes antes del plebiscito se cerró la inscripción, con más de siete millones.

El plebiscito debía realizarse a partir de la designación del candidato por la Junta de Gobierno. Requería de la unanimidad de sus miembros. Si era aceptado sería designado presidente de la República por un periodo de ocho años (hasta 1997), al término de los cuales deberían celebrarse elecciones libres. Si era rechazado, como sucedió, el general Pinochet y la Junta de Gobierno continuarían en funciones por un año más, con la obligación de celebrar elecciones libres.

El 30 de agosto de 1988 fue designado candidato Augusto Pinochet, pese a la reticencia del responsable de la Fuerza Aérea, el general Fernando Matthei, y de sectores de la derecha tradicional, que veían en Pinochet una figura que polarizaba a la sociedad chilena, facilitando la campaña de los opositores.

Fue una campaña con miedo y movilización, en medio —también— de una enorme expectativa internacional. Chile volvió a ocupar la atención de la opinión pública mundial. El embajador de EE UU en Santiago envió un informe confidencial al secretario adjunto para Asuntos Latinoamericanos donde planteaba los tres escenarios que manejaba Pinochet: Si el va ganando, todo bien; si el resultado es muy estrecho “basarse en el fraude y la coerción”; y, en caso de que el no tuviese posibilidad de ganar, “usar la violencia y el terror para detener el proceso”. Los gestos públicos de numerosos Gobiernos extranjeros, principalmente europeos —favorables al no— eran mensajes claros que la dictadura no podía desconocer.

El Tribunal Constitucional, de mayoría aperturista, supervisó el plebiscito y se reguló la publicidad en radio y televisión, concediendo gratuitamente durante la campaña una franja de 15 minutos diarios a favor del y del no. La campaña publicitaria en la de la Concertación, tenía un lema en positivo: La alegría ya viene. En color y mirando al futuro supo neutralizar la campaña oscura de Pinochet que miraba al pasado, recordando la negra etapa vivida. Además, los partidarios del no se organizaron muy eficazmente para evitar el fraude, con un recuento paralelo y un amplio equipo de observadores internacionales encabezados por Adolfo Suárez.

Votaron el 97,5% de los inscriptos. El no obtuvo cerca del 60% y el el 44%. El recuento oficial fue muy lento, los escasos porcentajes escrutados anunciaban una victoria del sí. Los dirigentes de la derecha Sergio Onofre Jarpa y Andrés Allamand reconocieron la victoria del no. El general Matthei en la puerta del Palacio de la Moneda, también lo hizo. Comenzaba así la transición a la democracia en Chile. Treinta años después muchos ciudadanos especialmente los jóvenes, aun reconociendo los avances habidos, se manifiestan decepcionados por no haber logrado plenamente sus aspiraciones.

Óscar Soto Guzmán fue médico personal de Allende. Firman también esta tribuna Álvaro Soto Carmona y Pedro A. Martínez Lillo, catedrático y profesor titular, respectivamente, de la Universidad Autónoma de Madrid.

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