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COLUMNA
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No te creo

No sé qué repara a una persona abusada, pero sí sé que yo no querría que el jefe de mis abusadores me hablara de hermenéutica

Leila Guerriero
El papa Francisco besa a un niño durante su tradicional audiencia general celebrada en la Plaza de San Pedro del Vaticano, en la Ciudad del Vaticano.
El papa Francisco besa a un niño durante su tradicional audiencia general celebrada en la Plaza de San Pedro del Vaticano, en la Ciudad del Vaticano. MAUROZIO BRAMBATTI / EFE

El Papa echó del sacerdocio al chileno Karadima. Podría parecer que algo está cambiando. Y sin embargo. Hace poco la Iglesia decidió que Ramos Gordón, acusado de cometer abusos sexuales en un colegio de España, no ejerza el sacerdocio por diez años y resida en un convento fuera de su diócesis, lo cual es como si un militar acusado de torturas fuera redirigido a un cuartel vecino para practicar tiro al pichón. En 2014, una víctima de Gordón envió una carta al Papa en la que le contaba su caso. Francisco no respondió, quizás por falta de tiempo, aunque hay evidencia de que los curas consideran que, en relación con el abuso, los civiles somos escandalosos: en 2009, el cardenal español Antonio Cañizares dijo que no se compara “lo que haya pasado en unos cuantos colegios (católicos) con los millones de vidas destruidas por el aborto”; en 2013, el arzobispo de Tuxtla Gutiérrez dijo que cuando abusan de un niño “se muere su futuro” pero que cuando una mujer aborta “comete asesinato”. En 2018, durante su visita a Chile, el Papa permitió que el ahora exobispo Juan Barros, acusado de encubrir abusos de Karadima, lo acompañara en público, y respondió: “¡Todo es calumnia!” a quienes lo cuestionaron. El 20 de agosto pidió, en una carta pública, perdón “por los pecados propios y ajenos”, refiriéndose al abuso. Pero la semana pasada habló con periodistas y dijo que los “hechos deben ser interpretados con la hermenéutica de la época en que sucedieron. En los tiempos antiguos estas cosas (en la Iglesia) se cubrían. Pero también en casa, cuando el tío abusaba de una sobrina”. Hay padres que golpean a sus hijos, les piden perdón y después les dicen: “La culpa es tuya porque me ponés nervioso”. No sé qué repara a una persona abusada, pero sé que yo no querría que el jefe de mis abusadores me hablara de hermenéutica. Ni que su disculpa me sonara a simulacro.

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Sobre la firma

Leila Guerriero
Periodista argentina, su trabajo se publica en diversos medios de América Latina y Europa. Es autora de los libros: 'Los suicidas del fin del mundo', 'Frutos extraños', 'Una historia sencilla', 'Opus Gelber', 'Teoría de la gravedad' y 'La otra guerra', entre otros. Colabora en la Cadena SER. En EL PAÍS escribe columnas, crónicas y perfiles.

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